Amor responsable: sobre dolor, vacunas y poliamor

Foto: Irene Díaz.

¿Sabemos qué es el amor, a pesar de ser una palabra tan a menudo usada? Eso que llamamos amor es emoción atravesada de cultura. Y todos y todas, con nuestros cuerpos culturalmente estructurados, integramos, configuramos y gestionamos las emociones como mal podemos. El amor es una lectura personal de la ansiedad, el miedo, el arrebatamiento, la pasión… Una nueva entrega de nuestra sección quincenal a dos voces. Diálogos sobre encuentros, el eterno femenino resistente y las masculinidades errantes. A cargo de Analía Iglesias y Lionel S. Delgado. En este espacio se alternan dos textos abordando un mismo asunto: el amor o su imposibilidad en tiempos de turbocapitalismo.

El amor es el gran dilema. Nunca había habido un concepto tan usado y tan poco aclarado. Nunca las tazas o camisetas habían estado estampadas con una palabra más opaca.

Es curioso que Analía hable en su último artículo de cómo huimos del amor, o del vértigo que da lo nauseabundamente real. Todo en la sociedad parece montado para el amor. Nunca hemos recibido tantos mensajes sobre el amor: “Enamórate”, “El amor os hará libres”, “El amor no entiende de etiquetas”. Casi todas las películas tienen alguna relación amorosa en la trama, las aplicaciones de citas se venden prometiéndote encontrar el amor, pero ¿sabemos qué es el amor?

Para muestra, un botón: las compañeras de Indágora hicieron hace poco un hilo en su Instagram preguntando a la gente qué era para elles el amor. Las respuestas, como era de esperar, fueron diversas: el amor es “conexión”, “algo bonito que fluye”, “lo indescriptible”. El amor es “vida”, es “sembrar, cuidar, regar recíprocamente”, es “respetar la libertad”. Es “incondicionalidad”, o incluso “el suceso más bonito de la sociedad”. Tiramos fundamentalmente de metáforas para hablar del amor, como si no tuviéramos ni idea de qué es exactamente y tuviésemos que compararlo con cosas (regar, la vida, la libertad) para hacernos entender.

El amor es, por cierto, un sentimiento complejo, pero como lo son todas las construcciones humanas.

Una construcción humana

“Espera, ¿has dicho que el amor es construcción humana?”, dice mi interlocutor imaginario. “Sí”, le respondo. Y la razón creo que reside en la diferencia entre emoción y sentimiento.

La diferencia entre estos dos conceptos está en que la emoción es un conjunto de respuestas fisiológicas de nuestro cuerpo ante estímulos del mundo. El sentimiento parte de una emoción, pero le da sentido atravesándola de cultura. Los sentimientos son, entonces, las lecturas de las emociones que hacemos desde cuerpos culturalmente estructurados.

Todas integramos, configuramos y gestionamos las emociones como mal podemos. Y el amor no se libra de esto. El amor no es la ansiedad, el miedo, el arrebatamiento, esas mariposas en el estómago. El amor es una lectura personal de todas esas cosas. Y como es personal, es también cultural, por lo que las narraciones sobre qué es el amor, qué amamos y por qué amamos son siempre discutibles. También significa que aprendemos a amar generando un diccionario sobre las emociones que tenemos.

El amor es una tendencia inevitable. Amamos porque nos vinculamos emocionalmente con las personas que nos rodean. Y ese vínculo siempre significa algo. El vínculo es inevitable porque vivimos en sociedad: quien pueda vivir sin vincularse que me cuente cómo lo hace. El problema es el tipo de vínculo (monogámico/poliamoroso/anárquico/agámico) que construimos y el tipo de amor que desarrollamos.

Octavio Paz, en su magistral Teatro de signos/Transparencias (Fundamentos, 1974), escribió que el amor es elección, la libre elección de un abismo. Pero también dice que esa elección libre en nuestra sociedad es imposible. El bueno de Octavio reconoce que esa libertad está imposibilitada por las prohibiciones sociales y por la idea cristiana del pecado. Estos lastres configuran nuestra idea de amor siempre con transgresión y destrucción de límites: los enamorados frente al mundo, la ruptura de los corsés sociales, la lucha contra las convenciones. Romeo y Julieta, Calisto y Melibea, Tristán e Isolda, los Amantes de Teruel

Yo le añadiría a lo que dice Paz que podríamos amar libremente si no fuésemos herida.

El amor herida

En psicología, la Teoría del Apego lleva trabajando desde los años setenta las formas en las que se desarrolla el vínculo. El problema es claro: ¿a qué se debe la diferencia que tienen niños y niñas a la hora de relacionarse con sus figuras de apego principales (madre, básicamente)?

Sus trabajos muestran cómo esta relación primigenia, junto a las pautas de crianza y las formas de interacción, pueden delimitar las formas en las que internamente entendemos las relaciones y las maneras en las que nos vinculamos generando lo que denominan el Modelo Interno (las estructuras dinámicas, pero estables, de representaciones y experiencias que nos permiten entender el mundo y a los demás).

Estas teorías llaman la atención por el hecho de que aprendemos a vincularnos. Y ese aprendizaje tiene mucho que ver con la idea que tenemos de nosotras mismas (autoestima) y la imagen que tenemos de los demás (confianza). Experiencias positivas nos llevan a un buen puerto relacional; experiencias de abandono o negligencia en el vínculo pueden dejar cicatrices con las que cargaremos durante mucho tiempo.

Las expectativas, los anhelos y las creencias son el tronco de nuestros vínculos y se generan a partir de modelos mentales. Y, desgraciadamente, conociendo lo horribles que son las sociedades en las que vivimos, es sumamente frecuente que esos modelos estén marcados por cicatrices: miedo al abandono, sensación de insuficiencia, inseguridad, poca confianza en los demás, incapacidad de comunicar, angustia ante el rechazo….

Cuando el vínculo duele tanto (y suele doler), es normal huir. O inmunizarse y controlar lo que a priori se vive como incontrolable. Pero ese intento es, por definición, imposible (seguimos necesitando vincularnos) y, a la vez, dañino: en las relaciones adultas, uno cuida y es cuidado al mismo tiempo, no solamente en la pareja, sino en todos los vínculos que establecemos. La desvinculación por autodefensa puede generar dinámicas de asimetría de cuidados. Y, así, inoculando una vacuna inmunizadora del vínculo, se pueden terminar disolviendo redes y sociedades.

Lo comunal

¿Qué tiene que ver la inmunización con lo social? El filósofo Roberto Espósito, en sus maravillosos libros Communitas e Immunitas, lee etimológicamente el término “comunidad” no desde su raíz de com- (junto) y -unis (uno) sino desde la raíz de com- (junto) y -munis (obligación, deber, don). Así, rechaza la idea de la comunidad como una unidad, para plantear la comunidad como algo que está en la esencia, que nos fundamenta originariamente. Plantear la comunidad en términos de lo uno lleva a la exclusión de lo otro, el que no comparte lo común. La comunidad como la obligación común nos lleva al deber de devolver lo que nos es dado.

La pregunta por la comunidad no es la pregunta por el cómo vivimos juntos. La comunidad es el punto de partida del vivir. No hay no vivir juntos (desde el filósofo Heidegger que plantea su Dasein, ‘ser-ahí’ o ‘ser arrojado al mundo’, como un Mitsein, ‘ser-con’ o ‘ser que es en común’).

Frente a la communitas, el filósofo plantea como antónimo la immunitas, la tendencia a inmunizarnos de lo común. La tendencia a tratar el vínculo como una enfermedad (algo dañino) y cortar por lo sano. La inmunización corta comunidad. Huir del vínculo es huir de la comunidad.

¿Qué queda entonces si el amor viene por el vínculo y el vínculo es algo que no desaparece? La voluntad de organizar y responsabilizarse del amor. Y ese es un camino que me ha enseñado la propuesta poliamorosa. Me refiero a la apuesta por comprender los mecanismos por los que funcionamos emocionalmente en momentos del amor y poder crear, a través de la comunicación y la empatía, situaciones donde los problemas se puedan gestionar colectivamente de manera responsable.

Analía dice en su artículo que descree de los protocolos puestos a obrar, o controlar, esta materia inasible, opaca e incomprensible hasta para nosotras mismas. Yo prefiero llamarlos herramientas. No se trataría de protocolos, puesto que no son reglas fijas para actuar en situaciones diversas, sino de herramientas, porque son recursos prácticos para poder echar luz sobre las complejidades emocionales e intentar solucionar las cosas.

Tengo una relación poliamorosa con Bea, desde hace mucho. Cuando me tocó conocer a Sergio, mi metaamor (en jerga poliamorosa: el vínculo de mi vínculo), me dijo algo que siempre recuerdo: “No podemos evitar que surjan los problemas, pero hagamos por tener formas para resolverlos cuando lo hagan”. Y desde entonces hemos intentado (con mayor o menor fortuna), ser responsables y reconocer los problemas, ponerlos sobre la mesa y actuar para entenderlos, desmontarlos y aprender de ellos.

Responsabilidad viene del latín respondere. La responsabilidad es la capacidad de responder de lo que hacemos, pero también de lo que sentimos. Y esa capacidad se desarrolla. Aprender a leer cómo amamos. Desarrollar capacidad de comprensión, de diálogo y escucha. Sin eso, el amor es arma de doble filo.

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