¿Se puede aprender a pintar, bailar, fotografiar, escribir?

Una máquina de escribir. Foto: Pixabay.

Uno se pasa la vida leyendo las historias ajenas hasta que antes o después llega un momento en el que siente el deseo de ser él o ella quien las cuente. Foto: Pixabay.

Quedan lejos ya los viejos prejuicios en torno a la enseñanza de la escritura. ¿Si uno puede aprender a pintar, bailar, fotografiar o dirigir una película, por qué a escribir no? En algún caso, creo que ese prejuicio venía (o viene) por un afán de mantener cierto elitismo, no tanto de la calidad de lo que se escribe, sino del acceso a lo que se escribe.

En el Taller de Clara Obligado contamos con una modesta editorial, El Pez Volador, donde damos salida al trabajo de nuestros creadores. El nombre de la editorial es un homenaje a Hipólito Navarro, un querido amigo y en mi opinión uno de los mejores cuentistas en español. Poli, como le llamamos con cariño, tiene un cuento soberbio del mismo título en el que se concentra su maestría, una mezcla de surrealismo, jazz, juego, Cortázar y mucho humor. En una entrevista para la revista Jot Down, en la que el autor sevillano se abre en canal con una sinceridad pasmosa, relata de nuevo cómo surgió la idea para escribir este cuento antológico: un disco de Yes y una bañera que se atascaba en el piso de estudiante que compartía cuando cursaba Biología. Carrera que nunca llegó a terminar, pero cuya huella puede rastrearse en muchos de sus cuentos. En la misma entrevista, cuando el periodista le pregunta por los talleres literarios y su papel en la difusión y la calidad de los relatos que se escriben hoy en día, Navarro destaca la labor y el gran nivel de tres o cuatro de estos talleres o escuelas, entre ellos el de Clara Obligado y el de Lola López Mondéjar, pero cuestiona el trabajo que se hace en otros, por la uniformidad de los resultados, como si quienes pasaran por allí acabaran escribiendo todos de la misma forma.

El Taller de Clara Obligado es pionero en España, con 40 años de experiencia. Desde el principio, cuando la enseñanza de la escritura era incluso mirada con desdén por algunos de los autores que hoy viven de eso, hemos creído en el trabajo personalizado, en la libertad creativa, en la diversidad, en la necesidad de leer y formarse con seriedad para convertirte en escritor, pero sin renunciar nunca al placer que otorga la literatura. Cuando se hacen las campañas para el fomento de la lectura los responsables se olvidan siempre de citar el placer que proporciona sumergirse en un libro, habitar otros mundos.

Me gusta pensar que aprender a escribir es aprender a leer de otra manera. Por eso la lectura –tanto de los textos que se escriben en clase como de la obra de autores imprescindibles para entender la literaria– es la columna vertebral de nuestra dinámica de trabajo. Uno de los comentarios más habituales de los escritores que pasan por nuestras clases es precisamente cómo ha cambiado su mirada sobre los libros que leen y cómo esa mirada la aplican a los textos que escriben.

Uno se pasa la vida leyendo las historias ajenas hasta que antes o después llega un momento en el que siente el deseo de ser él o ella quien las cuente. ¿Por qué yo no? Aunque el panteón literario está reservado a una minoría –al final son muy pocos los autores que de verdad cambian el rumbo de la literatura–, creo que cualquiera que ame la literatura y que tenga algo que contar puede convertirse en escritor. En la escritura hay una parte de oficio y otra de creatividad e imaginación. El oficio se puede aprender. Por suerte, están lejos ya los viejos prejuicios en torno a la enseñanza de la escritura. ¿Si uno puede aprender a pintar, bailar, fotografiar o dirigir una película por qué a escribir no? En algún caso, creo que ese prejuicio venía (o viene) por un afán de mantener cierto elitismo, no tanto de la calidad de lo que se escribe, sino del acceso a lo que se escribe. Como lo había también, por ejemplo, en la contemplación del arte hasta los años setenta del siglo pasado. Mirar un cuadro en un museo parecía reservado a una élite, hasta que críticos como John Berger o Susan Sontag dinamitaron la manera que tenemos de ver el arte.

Con una base teórica, muchas lecturas y textos escritos y analizados, uno llega a conocer las herramientas imprescindibles de la narrativa. La imaginación y la creatividad no se enseñan, pero sí pueden estimularse. Desde luego, eso nunca puede hacerse imponiendo una forma de escribir o un estilo determinado, sino dejando que cada persona encuentre su propio camino. Los profesores que integramos el Taller intentamos acompañar a los escritores en ese proceso, con nuestra experiencia y el convencimiento absoluto de que la buena literatura bebe de la libertad creativa y la diversidad .

En octubre comenzamos el curso regular, con las mismas ganas de siempre. Cada año, como cada libro que se comienza, es una aventura. La literatura te lleva lejos, tanto como tú quieras.

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Comentarios

  • Julián Martín

    Por Julián Martín, el 21 septiembre 2020

    Me gusta escribir y me gustaría mejorar.

  • Elena

    Por Elena, el 21 septiembre 2020

    Me gustaría saber los libros que te gustan y por qué… Gracias

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