‘Capriccio’ de Strauss: querer a dos hombres a la vez (y no estar loco)

A la izquierda, la soprano Malin Byström que interpreta a la Condesa Madeleine, protagonista de ‘Capriccio’ de Richard Strauss. Sentada, la bailarina Clara Navarro, que da vida a la condesa de niña en una metáfora escénica del paso del inexorable paso del tiempo. Foto: Javier del Real.

El Teatro Real de Madrid sube por primera vez a su escenario ‘Capriccio’, la última ópera de Richard Strauss, una exquisita controversia intelectual sobre el dilema de una mujer que se debate entre su amor por dos hombres -un compositor y un poeta- y que no es otra cosa que una sugerente excusa para reflexionar sobre el género operístico en sí mismo y, en última instancia, sobre los misterios de la belleza y la existencia humana.

Dos días después del estreno de Capriccio el 28 de octubre de 1942 en el Teatro Estatal de Múnich, el escritor y aristócrata contrario al régimen nazi Friedrich Reck-Malleczewen escribía en su diario la crónica del primero de los 71 bombardeos que sufriría la ciudad hasta terminada la Segunda Guerra Mundial. Tan solo un año más tarde, en octubre de 1943, durante uno de esos ataques, aquel teatro, en el que también se había estrenado, entre otras muchas, nada menos que Tristán e Isolda, quedó reducido a ruinas. La destrucción del edificio marcó profundamente a Strauss, que había sido director principal del coliseo, tanto que le inspiró la composición de una pieza titulada Metamorfosis que se estrenó en 1946. Una partitura para 23 instrumentos solistas de cuerda que apenas se programa, pero que el Teatro Real ha rescatado para sus conciertos de los domingos de cámara como actividad paralela a esta nueva producción de Capriccio.

Strauss, un hombre ligado a la tradición alemana en sus mejores dimensiones, esas que tienen al heile welt (el mundo en su totalidad) como referencia de estructura social y de compromiso intelectual, hubo de enfrentarse al dilema vital de permanecer en Alemania cuando el nazismo, El huevo de la serpiente que filmó Ingmar Bergman, se extendía por todo el país. Además, se vio obligado a proteger a su familia, a su nuera, Alice Strauss, de origen judío, y sus amados nietos, Richard y Christian, que fueron hostigados y en el caso de ella y su marido detenidos e interrogados varios días por la Gestapo. Cuenta Alex Ross en su libro El ruido eterno que el compositor tuvo que acudir en persona al campo de concentración de Theresienstadt donde el régimen había internado a la abuela de Alice para tratar de rescatarla. “Soy el compositor Richard Strauss”, dijo a los guardias del campo con la esperanza de que su influencia bastara para llevarse a la prisionera. Sin embargo, los soldados lo echaron de allí sin contemplaciones.

Richard Strauss tuvo una relación algo más que complicada y tensa con el régimen nazi, y no sólo le tocó asistir a la putrefacción interna de su patria, también a su destrucción física por parte de los aliados. En aquel estado de cosas, podría sorprender que el testamento operístico del maestro alemán resultara ser algo tan -a primera vista- banal como una reflexión filosófica sobre los pilares y el sentido de la ópera misma. Sin embargo, Capriccio se convierte en todo un acto de rebeldía de un compositor que a sus 78 años se ve enfrentado a un régimen que le exige a sus artistas obras marciales, grandilocuentes y viriles. Como dice Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real, “la respuesta de Strauss fue una auténtica insolencia: una refinada controversia intelectual sobre la ópera que, encima, era un homenaje a la Francia que acababa de ser ocupada”.

La soprano Malin Byström interpreta a la protagonista de ‘Capriccio’, testamento operístico de Richard Strauss. Foto: Javier del Real.

El propio compositor firma el libreto de Capriccio, junto al también músico Clemens Krauss, basándose en una idea del escritor judío Stefan Zweig, amigo de Strauss y que, por supuesto, también estaba en el punto de mira del régimen nazi. La acción de la ópera se desarrolla en 1775 en un castillo cerca de París. Una joven condesa, que ha enviudado no hace mucho, se ve cortejada por dos hombres. Uno de ellos, Olivier, es poeta; el otro, Flamand, compositor. Ella descubre, con asombro y sorpresa, que se siente atraída por ambos pretendientes, por lo que se ve empujada a la difícil elección entre uno u otro. ¿Y cómo elegir si la elección misma supone la pérdida de un todo? La celebración del cumpleaños de la aristócrata dará lugar a que ambos artistas se pongan manos a la obra, lo que será excusa no solo para iniciar un debate filosófico sobre la cuestión de si en el teatro musical debe predominar la música sobre la palabra o viceversa, también para que la protagonista tome conciencia de sí misma, lo que no significa otra cosa que aceptar el inexorable paso del tiempo.

“Crear es siempre un camino de toma de decisiones”, explica el director de escena Christof Loy, responsable de esta nueva producción del Teatro Real en coproducción con la Opernhaus de Zürich. “Crear en el arte, pero también crear una vida, supone un continuo camino de toma de decisiones cruciales, como le ocurre a la protagonista de esta obra. Debemos elegir para crear nuestro destino, ese es el conflicto de la vida misma”. “La condesa ¡siente amor por dos hombres al mismo tiempo! Tal vez siente también la soledad de la edad y el vértigo de mirar hacia el futuro. La cuestión que plantea de cómo crear una buena ópera es en realidad una metáfora de cómo crear su propia vida de forma que tenga sentido”.

Strauss definió Capriccio como una «conversación con música en un acto». “Es una rareza fuera de Alemania”, explica Asher Fisch, director musical de esta producción. “Ofrecer una ópera como esta, con nueve representaciones, es una gran tarjeta de presentación del Teatro Real como una institución comprometida”. Para Ascher, Capriccio es una ópera «conversacional», al estilo del prólogo de Ariadne auf Naxos, del propio Strauss. “Sin embargo, la media hora final, robada de una canción que el compositor había escrito unos 20 años antes, cambia totalmente el dramatismo de la obra y se convierte en una especie de sumario de todos los esfuerzos creativos que Strauss realizó durante toda su vida”.

Matabosch, por su parte, justifica su decisión de programar esta obra, a la que califica de “colosal”, como “el mejor punto final a las celebraciones del bicentenario del Teatro Real; qué mejor que cerrar con una alegoría sobre la ópera y su sentido como obra de arte”.

El director de escena Christof Loy va más allá y, sin restar protagonismo al tema central de la obra, descubre múltiples capas que perfilan los secretos que se esconden en el alma de cada protagonista: las inquietudes y motivaciones del ser humano derivadas de sus emociones ante la percepción de la belleza. “Me emociona el momento en que la condesa afirma que todos los tipos de arte están unidos por nuestros corazones, que a su vez están unidos por la belleza”.

Dice Michael Kennedy en su libro Richard Strauss: hombre, música, enigma, que cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial el compositor escribió: “Se ha terminado el periodo más terrible de la historia de la humanidad. El reinado de doce años de bestialidad, ignorancia y destrucción de la cultura por parte de los mayores criminales. Un reinado durante el cual los 2.000 años de la evolución cultural de Alemania llegaron a su fin”.

Por eso Capriccio es un testamento tan valioso, pues cuando parecía que todo terminaba, que el mal absoluto triunfaría, Richard Strauss apostó por la belleza, porque ante lo más negro, lo más abyecto y terrible, sólo la belleza es capaz de liberarnos.

***

‘Capriccio’ de Richard Strauss en el Teatro Real. Nueve funciones entre el 27 de mayo, día del estreno, y el 14 de junio.

Los papeles protagonistas serán interpretados por la soprano Malin Byström (Condesa Madeleine), el barítono Josef Wagner (Conde), el tenor Norman Reinhardt (Flamand), el barítono André Schuen (Olivier) y el bajo Christof Fischesser (La Roche).

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Comentarios

  • Interrobang

    Por Interrobang, el 24 mayo 2019

    Loca, ¿no? En el títular, digo. Aunque evoque al bolero

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