Carlos Pardo: “Mis libros son tan culturalistas como de vitalismo macarra”

El escritor, editor y critico literario, Carlos Pardo. Foto: Esteban Cobo.

El escritor, editor y crítico literario Carlos Pardo. Foto: Esteban Cobo.

Afirma Carlos Pardo que la literatura es una trampa. Y, justo por ello, el lector no debe creerse nada, debe desconfiar de que sea real. Sabiendo esto, muy tramposo él, ha plagado su última novela, ‘Lejos de Kakania’ (Periférica), de anzuelos para que los lectores piquen. Todo en nombre de la Literatura, que es al fin y al cabo lo importante. Trampas, verdad, realidad, ficción, ¿existen? En esta larga charla con él, muchas veces no sé si lanza también cebos al entrevistador, haciendo así de esto una parodia infinita.

¿Qué “léxico último” utilizarías para describir ‘Lejos de Kakania’? ¿Qué palabras clave de tu relación con el libro?

Muy buena pregunta. (Risas). Qué complicado. Yo creo que estarían las palabras ironía, amistad, formación y pudor. O impudicia. También estaría tontería. La tontería propia de la edad y la formación. En ella narro los años de mi formación, que son los más tontos de mi vida, pero también los que más valor literario tienen por su ambigüedad. Y por todo el potencial que vino después.

Del léxico último, has marcado la palabra “amistad”, que es el tema central del libro. Me llama la atención que no suele ser muy tratada en el mundo del arte. ¿Puede ser porque cuando se rompe, más que bruscamente, lo que suele hacer es diluirse?

Hay muchas razones por las que la amistad no se narra. Sobre todo en literatura. Me refiero a la amistad entre hombres que no acaba en algún tipo de romance. Yo creo que hay un pudor para narrar esos claro-oscuros. Y no entiendo el porqué. Cuando yo leo un libro de amistad entre mujeres, veo que funciona igual que una entre hombres. Lo que pasa es que entre hombres hay un prejuicio, que parece que estás muy expuesto. Como si fuera una forma de amor. ¡Y claro que es una forma de amor! Es una pena que no haya más libros así.

Lo que dices está muy bien. No lo había pensado, pero es verdad que a mí me interesa hablar precisamente de los periodos de decadencia, los que son ambiguos. No las rupturas trágicas, sino las que se van deshaciendo. Me interesa narrar eso en las relaciones amorosas, en las familiares. En este libro quería narrar la decadencia, pero también las permanencias; esa fluctuación.

¿Por qué narrarla desde esta perspectiva? ¿Qué te aporta literariamente?

Otro cliché de la literatura es que normalmente se narran los comienzos, pero no los finales. A mí me interesan los segundos. Creo que tengo un ánimo de poeta, un poco elegíaco. Me encantan las novelas que tratan el final de una época. Me gusta ese deterioro. La decadencia. Los poemas que escriben los viejos. Creo que están cargados de una vitalidad anacrónica más vitalista que el mito de la juventud. Es paradójico porque aquí me interesaba narrar la juventud, pero atendiendo a lo que está caducando. Caducidad sería otro concepto que incluiría a mi “léxico último”. (Risas).

Hay una frase en el libro que envuelve muy bien todo esto: “Uno se hace mayor cuando descubre que el tema de sí mismo está agotado”.

Sí. Es una frase que le dice Virgilio al narrador para que espabile, que se deje de contar su vida. Es una frase de Brodsky que habla del impulso contrario del que me llevó a mí a escribir este libro. Sigo escribiendo una y otra vez experiencias que viví hace 20-30 años. Me parece que esas experiencias, cuando ha pasado tanto tiempo, le dejan de pertenecer a uno y se transforman en universales.

Hay una verdad en esa frase, incluso para los que escriben autobiografías. Y es que las autobiografías más interesantes no son las que tratan del narrador, sino las que incluyen a todos los personajes que le acompañan. Esto retoma la pregunta de antes, la de “¿por qué he querido narrar esto?”. A mí la amistad es un tema que me obsesiona, en la literatura y en la vida. Ver por qué no funcionan, qué tipo de tensiones ponen en juego. Además, una vez que ha pasado el tiempo, uno se vuelve más comprensivo.

Echando la vista atrás, ¿cómo sientes ese Carlos Pardo del pasado?

Es complicado. En ningún momento me he querido colocar como narrador por encima del Carlos Pardo del pasado. Obviamente es una creación literaria. La fabulación sobre nuestro pasado, incluso la de quienes no escriben, siempre es una construcción ficticia. Está en esas tensiones, en las que parece que hay una permanencia y que sólo puedo describir de manera pedante como ‘crisis de representabilidad autobiográfica’; está en esas tensiones, de uno que sabe que vivió ciertas cosas pero que a la vez no tiene prácticamente nada que ver más allá de ser la misma persona, pero no comparte ni sus gustos, ni pasiones, ni sentimientos, etc. Esa falta de permanencia es una de mis obsesiones.

Y me interesaba que en ella confluyeran la voz del narrador de ahora, con una voz que surge naturalmente cuando uno escribe literatura y con una voz que está más cerca de los años del personaje. Explicado así resulta complicado, pero intento que de manera natural no haya un Carlos Pardo que sobresalga por encima del resto. Hay un momento que se dice que “una vida es la suma de varios estilos y que ninguno de ellos es definitivo”. Yo creo que va un poco por ahí.

Así, en el libro tratas la metaliteratura, pero también la metavida. Juntas estos dos términos y los vas compaginando.

Sí, en el libro hay un continuo cambio de estilos porque la propia percepción de la realidad se da de esa manera. Jugamos en todos esos niveles. Y es una de las claves de la novela de este siglo. No sólo en lo que llamamos literatura postmoderna para reírnos. Ya estaba en Proust, en las novelas de formación alemanas de finales del XVIII y principios del XIX. Yo creo que mis libros tienen tanta parte culturalista, como de vitalismo macarra. Yo no consigo hacer una distinción entre literatura y vida, ni entre cultura y vida. Mis libros son tremendamente vitalistas y en ellos se aplica las herramientas de la cultura para analizar la vida. Unas vidas comunes, mediocres y reales que vivimos todos nosotros. Esa es un poco mi obsesión.

Tres preguntas: ¿No es un poco pretencioso intentar abarcar la vida? ¿La adaptación de estilos es buscada? ¿La ficción y la realidad existen?

Empiezo por la última. Construimos la realidad con herramientas de ficción. Lo que no quiere decir que todo valga. No importa tanto la verdad como un hecho objetivo, sino como una construcción de valor. Cómo construimos unos valores y les damos importancia a unos hechos y no a otros. Y cómo aislamos esa cosa llamada hechos. En ese sentido, yo creo que la literatura sirve para construir la vida. Es inseparable de la construcción de la realidad y la verdad. Eso no quiere decir que sean intercambiables, pero sí quiere decir que hay niveles. Por ejemplo: los deseos, toda la carga de prejuicios.

En el libro llegas a decir que es “más verdadero que la vida”.

La verdad es una construcción literaria. Un libro, que implica la necesidad de colocarte en una perspectiva y de construir lo que llamamos verdad, eso no está en la vida como tal, sino en el esfuerzo de darle sentido a la vida. La literatura es una herramienta. Pero hay muchas más. Como las matemáticas, que se ocupan de otra parcela de la realidad.

Y, por contestarte a la primera pregunta, que era muy interesante, realmente uno no puede abarcar la totalidad de la vida en una narración. Y eso es maravilloso. Cada vez que uno construye un relato biográfico sobre la realidad, muchas veces eso se convierte en un cliché que suplanta muchos de los matices que tuvo la experiencia. De hecho, la realidad también es el esfuerzo de volver al pasado e interpretarlo; somos intérpretes continuos de nuestra propia vida.

Voy con la última pregunta que me has hecho, la de si la adaptación del estilo es buscada. Como no se puede abarcar toda la realidad, es necesario mostrarla desde diferentes ópticas para intentar acercarse. Me salió de una manera muy natural, aunque le di muchas vueltas. Por ejemplo, hay un capítulo en verso, que me permitía convertir a los personajes en paródicos. Creo que esa otra voz hay otros niveles de construcción de verdad.

Dentro de la segunda respuesta, decías que contabas tu verdad. Lo que supone que dejes de lado muchas otras. ¿Cómo ha sentado el libro?

No es que yo construya mi verdad. Yo hago mi versión de la historia. Aquí los personajes tienen muchas veces más peso que el narrador. No es una novela narcisista. Eso no quita que yo manipule y elija quiénes son los que hablan y en qué momento.

Yo creo que en otros libros ha sido más problemático. Y eso que en este se expone más. Lo que sí que hay un aire general de algunos personajes. Ese aire general, que es lo que uno tiene que trabajar en la literatura más allá del apego al dato. Interesa construir una atmósfera. De eso todavía no se me han quejado.

Esta pregunta viene a colación porque otro de los temas del libro es los inicios de tus andaduras en el mundo de la poesía, de la conocida como “generación inexistente”.

Es la parte más burlesca de la novela. A mí me interesaba narrarlo desde una perspectiva paródica, en que ninguno quedara bien. Y, por supuesto, yo tampoco. Eso es raro porque hemos sido una generación que ha negado la idea misma de generación literaria y que no quería promocionarse como grupo. Este canto de cisne de la novela casi acaba inventándose esa idea que la generación negó. Ese es otro juego del libro, un juego paródico.

Pero hay más. Insertas un poema que va en la línea de la poesía de la experiencia, y lo escribes según el precepto de la poesía de la experiencia.

Claro. No hay que creerse lo que digan los narradores en las novelas. Esa es la gracia de las obras que me gustan a mí. Incluso cuando el narrador se llama como el autor. Quizá ahí es cuando más hay que desconfiar. Y yo, por si acaso no desconfía lo suficiente el lector, se lo pongo evidente. Como en el caso del poema. Lo escribo para demostrar que todo es mentira, todo es una tontería. (Risas).

No tenías un poco de miedo de que, al meter tanto bagaje de los poetas, que al poner nombres propios, todo esa comidilla literaria pudiera hacer que la Literatura se viera mermada.

Todo eso son trampas. Por supuesto, todas las novelas tienen muchas lecturas. Pero tampoco es tan chismosa. Esto es algo que he hecho muy concienzudamente, que es como yo entiendo la literatura. Cuando yo leo a Proust me da igual saber de qué marquesas está hablando. En su época esto se le criticó, pero ahora mismo nadie lo diría. Esto mismo les ha pasado a muchos otros, como a Jules Renard, que en su diario habla de escritores a los que tiene envidia. A día de hoy dan igual el nombre propio de esos personajes, porque son figuras arquetípicas.

Yo creo que esa es una de las cualidades subversivas de la literatura y de cierta literatura que se opone al idealismo estético que considera que para que algo esté bien trabajado, tiene que emanciparse de la realidad, aislarse. ¡No! Yo reivindico los nombres propios. Reivindico la caducidad de la gente con sus nombres y apellidos. Incluido yo mismo. Esta es la literatura que me interesa.

Las críticas sobre si es chismoso o no, si se va a hacer universal o no, me las hace la gente que conoce los nombres propios y que se creen que van a interpretar mejor la novela. Quien no los conoce y lo lee como si fuera literatura, yo creo que lo disfruta mucho más. Es un riesgo, una apuesta. Pero también mi concepción de la literatura.

Al final va a ser una trampa todo el libro.

Es que la literatura es bastante tramposa. Y una de las cosas que más me interesan es cómo te obliga a replantearte, no la lectura de los libros, sino de tu propia vida y de la realidad. Eso es lo que me interesa. Y por eso me gustan los libros que te descolocan, esos que se quedan a medias, que no sabes si es literatura o realidad. Que se quedan abiertos en tu cabeza. A mí eso es lo que me interesa.

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