El diccionario para cosas sin nombre, como ‘creo que me voy a enamorar de ti’

El escritor Alex Pler. Foto: Antonio Navarro.

El escritor Alex Pler. Foto: Antonio Navarro.

‘Tsukimi’ significa contemplar la Luna llena. Es uno de los términos que Alex Pler ha recopilado en un pequeño diccionario japonés para las cosas sin nombre: ‘Hanakotoba’, el lenguaje de las flores (editorial Satori). Le apasiona Japón y la forma de entender la vida que ha descubierto allí. Su enamoramiento por esa cultura le llevó a abrir en Barcelona, junto a su madre, una librería especializada en literatura japonesa. Ha descubierto que su ‘ikigay’ es transmitir lo que aprende. En su último libro, ‘Shiawase-Dô’ (editorial Zenith) recoge 15 principios japoneses hacia una vida plena y feliz.

¿Se podría decir que tu conexión con Japón empezó por ‘Dragon Ball’?

Sí, la verdad es que ese fue el origen de todo. Empecé de niño a ver dibujos animados como Dragon Ball; de ahí pasé a libros, cómic, filosofía de bushido, el arte marcial de los samuráis, pero también el pensamiento, cómo se estructuraba su vida, la cocina, y entre una cosa y otra te vas acercando a la cultura.

En tu diccionario ‘El lenguaje de las flores’ llama la atención la cantidad de palabras asociadas a la naturaleza.

Es herencia de su tradición por la poesía, los haikus hablan mucho de la naturaleza y tienen una exigencia métrica (tres versos de 17 sílabas); en poco espacio tienen que decir mucho y han ido surgiendo palabras que pasan al vocabulario común. Muchas palabras hacen referencia a fenómenos de la naturaleza que conocemos, pero ellos le han dado un nombre preciso. Como kaeribana: flores que vuelven a florecer fuera de temporada. Hice la selección de las palabras pensando en cosas o conceptos que podamos presenciar o vivir aquí. Hanakotoba significa el lenguaje de las flores: lo que expresa cada tipo de flor.

¿Cómo es esa relación sagrada con la Naturaleza que has conocido en Japón?

Los japoneses tienen muy fijadas las cuatro estaciones y desde la antigüedad se centran mucho en eso, el paso del tiempo, las flores, en qué semana o mes florecen, lo que simbolizan. Lo viven mucho, es herencia de su religión sintoísta, anterior al budismo, una religión animista muy vinculada a los espíritus de la naturaleza. Incluso aunque no sean practicantes, está presente. Por ejemplo, el concepto ocho millones de dioses: implica el respeto por la naturaleza y el entorno, porque en cualquier piedra o en cualquier árbol consideran que hay un dios y tienen que cuidarlo. Allí no todo es naturaleza, hay grandes ciudades, contaminación, pero todo está muy limpio y los espacios verdes están muy cuidados y los disfrutan mucho. Van en peregrinaje a ver las hojas de otoño o el cerezo en flor. Lo hacen con amigos, en familia, en grupos.

¿Cuál es la fuerza de esa precisión de conceptos y palabras? ¿Cómo ayudan a cambiar nuestra percepción de la realidad o a conocernos más?

Te permiten fijarte y darle la importancia que tienen. A veces son escenas que pasan desapercibidas y al leer el concepto empiezas a valorarlas o disfrutarlas más. Experimentar cosas que alguien en la otra punta del mundo hace mil años le ha puesto nombre, y esa palabra explica algo que nos ocurre hoy. Esta sintonía me parece fascinante. Todas las culturas tienen palabras propias sin traducción en otros idiomas; cuando las descubres, te conecta al entender que al final no somos tan diferentes. Aunque cada cultura es un mundo, en lo básico, en lo esencial, sentimos de forma parecida. Me explicaron una palabra, creo que era portuguesa, que significaba la sensación de pasar los dedos por el pelo de la persona amada. De repente una cultura se fija en esa sensación y tú te identificas porque sabes qué se siente al hacer eso.

Además, este diccionario se lo has dedicado a tu abuela y uno de esos términos te sirve también en tu conexión con ella…

Sí, komorebi: la luz que se filtra entre las hojas de los árboles. Es la sensación de estar bañados por la luz y de cómo esa luz tiembla porque las hojas se mueven. Recuerdo una escena en una plaza de Barcelona, íbamos mucho con mi abuela y tomábamos allí un bocadillo de tortilla sentados y bañados por esa luz. Recuerdo mucho esa sensación y cuando supe que tenía un nombre enseguida me vino esa imagen a la cabeza. Ésa es la mía, cada persona tendrá su imagen asociada a komorebi.

Hay palabras relacionadas con conceptos, emociones, situaciones concretas… ¿Hay alguna que a la gente le guste especialmente?

Una de las que suelen gustar mucho es koi-no-yokan: cuando conoces a alguien y sientes que te vas a enamorar de esa persona. No significa amor a primera vista, es una sensación distinta, una premonición.

Algunas incluso tienen mucho sentido del humor.

(Risas). Por ejemplo irusu: fingir que no estamos en casa cuando viene alguien de visita o nos llaman por teléfono. Es algo que creo que todos hemos hecho en algún momento: no coger el teléfono porque no te apetece o eso de “dile que no estoy”.

O age-otori, un nuevo corte de pelo poco favorecedor (aunque nadie se atreva a decírnoslo). Palabras para situaciones cotidianas que son divertidas y cuentan con su propio nombre.

Tu último libro aborda los 15 principios japoneses hacia una vida plena y feliz. ¿Qué es lo que te fascina tanto de la cultura japonesa y te hace pensar que nos llevan ventaja en este disfrutar del camino de la vida?

El cómo se enfrentan a los problemas, al día a día, es diferente. Lo que me ha pasado con estos principios es que son conceptos ajenos a mí, pero que me han hecho conocerme mejor. Eso me pasa con la cultura japonesa: conociendo algo distinto a mi cultura, mi educación, mi entorno, acabo sabiendo más de mí mismo. Son principios a los que aspirar, no a todo. Desde fuera es más fácil hacer un filtro, una selección y quedarte con lo que te ha gustado, con lo bueno que he aprendido a lo largo de estos años con los viajes a Japón.

Dices que no vivir allí tiene sus ventajas. Hay cosas que no te habrán encajado, pero rescatas vivencias que has podido incorporar luego en tu día a día.

Todos los aprendizajes que comparto son como pequeñas semillitas. Cuando me ocurren en Japón no pienso que eso me va a cambiar la vida, me pasa algo y se lo cuento a amigos o me lo quedo para mí, y al ponerlo en orden para el libro veo el valor que tienen esas anécdotas. En mi día a día de repente aquello que me ocurrió se me viene a la mente y me ayuda. Eso lo bueno. Lo malo se queda allí, es un país muy conservador. Hay un fuerte pensamiento de colmena y yo soy más individualista, no creo que me sintiera cómodo en una sociedad así. Tienen un dicho japonés que lo ilustra muy bien: “Si un clavo sobresale, tienes que aplastarlo con el martillo”. Visitarlo como turista te da la ventaja de seleccionar y volverte con lo que te sirve.

Todo lo que vas narrando está impregnado de mucha paz, aceptación y armonía. ¿Al final la propia escritura se impregna de los conceptos que explicas?

Sí, al final todo va sembrando. Recopilar principios y vivencias fue un reto. Supongo que también se me ha ido quedando ese poso de todo lo vivido. Intentaba que en cada palabra fluyeran las anécdotas y las viñetas con las que lo ilustro, sea la ceremonia del té o escribir haikus. Supongo que lo interiorizas y lo asimilas tanto que al final puedes ponerlo en práctica sin pensarlo y te sale natural. Tienen una palabra para esto también (datsuzoku: aplicar lo que sabemos de manera instintiva y fluida). No es que en el día a día yo esté aplicando todo esto, no. Los japoneses tampoco. Son ideas, conceptos, que están ahí y cuando lo necesitas acudes a ello. Un día te ofuscas y en medio del ofuscamiento te vas a seijaku (serenidad en medio del caos) y puedes pensarlo y mantenerte en una pequeña burbuja para equilibrar.

En el título, incluyes un concepto muy interesante: ‘shiawase-dô’.

Shiawase es felicidad y significa camino, no sólo físico sino espiritual. Ven todas las artes que practican como un camino, como un dô, incluso las artes marciales. Nuestra vida es ese camino, pero mientras lo estás haciendo no eres consciente. Cuando yo era un niño y veía Dragon Ball, no sabía que acabaría escribiendo estos libros. Empiezas a andar y cuando echas la vista atrás ves cómo una cosa te va llevando a otra: ves unos dibujos, te interesas por el manga, te interesas por otra cultura, vas de viaje y acabas abriendo una librería japonesa con tu madre. Lo importante es ponerse en movimiento y andar, no tener miedo. Cada uno tiene su camino, distinto y con diferentes aprendizajes.

Hay principios que asimilamos más, como el tomar conciencia del momento presente, pero hay uno que llama la atención por la contradicción que engloba: ‘sunao’. Ese equilibrio entre ser sinceros internamente, pero con cierta sumisión externa.

La cultura japonesa tiene sus contradicciones. Es una sociedad que condena mucho el individualismo. Sunao significa seguir los dictados del corazón, pero según el contexto puede ser también seguir los dictados del corazón de la sociedad. La misma palabra engloba liberarse o reprimirse, según el contexto. Es uno de los capítulos más personales, espero que la gente se identifique.

Otro concepto fascinante, aparentemente sencillo: ‘ikigai’. ¿Cuesta conectar con lo que nos hace disfrutar? ¿Al final los mandatos sociales y educativos nos alejan de eso?

Es que en nuestra sociedad todo tiene que ser útil, práctico. Los japoneses también piensan en que sea útil, pero que nos alimente el alma. Ikigai es eso que nos motiva a levantarnos por la mañana. Si es la profesión, ya es lo ideal, pero si no es, igual puede ser otra cosa. Cuando me preguntaron por primera vez cuál es mi ikigai no supe responder en un primer momento y luego descubrí que era compartir lo que había aprendido de la cultura japonesa y ya lo llevaba haciendo escribiendo, o en la librería con detalles como poner la grulla de origami en los paquetes; cada pequeño detalle está impregnado de eso y cuando te cuaja lo ves. Y llegaron los libros. Empecé con el diccionario Hanakotoba, recopilé palabras que no tenían traducción directa en castellano y que eran conceptos interesantes, y cuando estaba con ese libro apareció la otra propuesta que se complementaba porque podría explicar más ampliamente los principios.

¿Qué te preguntan las personas que acuden a la librería?

Me preguntan mucho, sobre todo cuando se van de viaje o principalmente sobre escritores. Y aprendo mucho, porque como cada uno tiene su propio camino la gente te cuenta sus vivencias y compartimos porque hay muchas sinergias, compartimos afinidad.

Un proverbio japonés para terminar.

Por ejemplo, el que tengo en el escritorio: “Uno empieza a envejecer cuando deja de aprender”. Mientras estemos en el camino aprendiendo, con todo lo que la vida nos aporta, disfrutaremos de todo mucho más.

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