James Salter, la vida en la literatura

James Salter

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Salimos de la autopista de la deriva autoritaria que nos quieren imponer, aparcamos en nuestra ‘Área de Descanso’ y abrimos hoy los libros del maestro estadounidense James Salter, luminosas radiografías de la vida, de las relaciones familiares y de pareja, del miedo al fracaso y al envejecimiento, de las esencias humanas.

Hace unos meses, en abril, leí un magnífico reportaje de Nick Paumgartenen sobre James Salter en la revista New Yorker. Salter es un escritor de escritores, un maestro para varias generaciones de narradores norteamericanos, desde Susan Sontag, Richard Ford a Laumpa Lahiri. El artículo se titulaba El último libro, en referencia a All that is, su nueva novela, el gran acontecimiento literario del año en Estados Unidos. Esta obra bien podría ser la última de Salter, aunque el autor de Años luz, de 88 años, desconfía de las palabras de retirada de su colega Philip Roth.

Cuando leí el reportaje había devorado tiempo atrás algunas de sus obras anteriores, la novela Juego y distracción, En Solitario y las colecciones de relatos Anochecer y La última noche (el cuento que da título al libro debería figurar en las mejores antologías). Pero aún no había leído Años luz, considerada su obra maestra.

El reportaje del New Yorker comienza con una insólita anécdota que dice mucho de la obra y la vida de Salter. Allá por 1975 Barbara Rosenthal, antigua amiga íntima de Salter, y su hija Nadia, recién licenciada en Harvard, paseaban por la Avenida Lexington cuando vieron a un hombre guapo embutido en un traje de lino. Salter, de 55 años, salía de las oficinas de Random House con una copia de su último libro, una novela titulada Años luz. El escritor, confuso, les regaló el ejemplar. Mientras regresaban a casa, Nadia comenzó a leer la novela en voz alta y Barbara no tardó en darse cuenta de que Años luz hablaba de ellos, de la familia Rosenthal. Cambiados los nombres, Salter había contado sus detalles más íntimos, incluidas las infidelidades. Tanto Barbara (Nedra) como Laurence (Viri en la novela), que tantas cosas habían compartido con los Salter, se quedaron horrorizados. ¿Es que Salter había ido tomando nota de cada cosa mientras venía a nuestra casa?, se preguntaron.

Como Salter, la mayoría de los escritores son poco fiables y roban lo que tienen a su alcance. Con la diferencia de que solo unos elegidos escriben como él. Su posición es parecida a la del voyeur. El alter ego de Salter bien podría ser el narrador de Juego y distracción, novela escrita ocho antes de Años luz y que causó un cierto revuelo por su contenido sexual explícito, narrado con la prosa luminosa de siempre y un manejo de la elipsis ejemplar. El narrador nos habla de la relación entre una joven francesa y un norteamericano que viaja por Francia, sin que sepamos a ciencia cierta qué es verdad y qué es inventado. Escribe el narrador: “Me veo como un agent provocateur o un agente doble, primero por un lado (el de la verdad) y luego por el otro, pero entre los dos, en los reveses, en las deserciones súbitas, es fácil olvidar totalmente la lealtad y sentir solo la alegría honda de estar más allá de todos los códigos, de ser completamente independiente, criminal es la palabra. Como cualquier agente, por su puesto, no puedo divulgar mis fuentes. Solo puedo decir que algunas cosas las vi yo mismo y otras las descubrí, pues, en definitiva, la mutilación, la dilación de algo tan pequeño como una simple palabra puede revelar la existencia de algo digno de ocultarse, y llegué a obsesionarme con los descubrimientos, como los grandes detectives. Leía cada pedazo de papel. Anotaba cada detalle”.

Las críticas a Años luz, que ahora se considera una obra maestra, se dividieron entre las elogiosas y las que la vapuleaban sin remordimientos. Apenas se vendieron 800 ejemplares y Salter, hundido, se consoló en la compresión y el apoyo de sus incondicionales. Esos fueron los efectos literarios porque los humanos llegaron más lejos. El matrimonio Rosenthal se divorció y los Salter no tardaron en hacerlo.

Contó Muñoz Molina en una hermosa crónica en Babelia que leyó la novela durante toda la noche y que solo cuando alzó los ojos tras la última página se dio cuenta de que había empezado a amanecer. A mí me ha ocurrido todo lo contrario. La prosa de Salter, como una piedra tallada concienzudamente, o un lienzo impresionista, donde uno deba reposar la mirada en cada escena durante minutos, me ha obligado a leerla con calma, como si tuviera todo el tiempo del mundo por delante para saborear cada una de sus frases. Las escenas se van grabando en nuestro corazón. Sabemos que en el de Salter, cuando escribe, habita un pequeño trozo de hielo, como pedía su admirado Graham Green.

“Con sedante cadencia y sintaxis cristalina, el repertorio de imágenes y sugerencias se va depositando con naturalidad geológica en la conciencia del lector componiendo veinte años de la vida de una familia como un maravilloso retablo impresionista. Una lectura dichosa en la que incluso las penas de sus personajes, víctimas sabias y resignadas de cierto fatalismo, alimentan sin sobresalto la belleza leve y concisa de la prosa de Salter”, escribe Borja Martínez en el número de noviembre de la Revista Leer.

La historia va más allá de la relación entre Viri y Nedra, de su familia, de su declive. Es una radiografía de la vida, del miedo al envejecimiento, al fracaso y al triunfo, a rodearse de cosas bonitas que duran apenas un instante en la quemazón de los días.

“Su vida de pareja era dos cosas: era una vida, más o menos –como mínimo era la preparación para una vida-, y era una ilustración de la vida para sus hijas. Nunca se lo habían expresado mutuamente, pero estaban de acuerdo a este respecto, y las dos versiones de la vida se entreveraban de tal forma que cuando una de ellas estaba escondida la otra se manifestaba. Querían que sus hijas, en aquellos años, tuvieran lo imposible, no en el sentido de lo inalcanzable, sino en el sentido de lo puro”.

El estilo de Salter es tan adictivo y luminoso que algunos escritores, como Richard Ford, se niegan a leer algo suyo mientras escriben su propia obra, por el temor a contaminarse. Leer a Salter es una opción que ningún amante de la literatura podría permitirse rechazar. Empiecen por La última noche, o por su potente autobiografía, Quemar los días. No les decepcionará.

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Comentarios

  • José Luis

    Por José Luis, el 02 diciembre 2013

    Su autobiografía, «Quemar los días», es, para mí, muy superior al resto de su obra y, a la vez, esta última se encuentra perfectamente representada -también en lo que respecta a la inimitable escritura del autor- en aquélla. Espero, sin embargo, la traducción de su última novela para poner en cuestión el juicio que acabo de hacer.

  • Javier

    Por Javier, el 02 diciembre 2013

    Tampoco yo he tenido la oportunidad de leer su última novela. «Quemar los días» me gustó mucho, pero prefiero Añoz luz o La última noche, cuestión de gustos, saludos

  • charo

    Por charo, el 01 enero 2014

    Tengo entre manos «Años luz»,con su lectura terminaré lo hasta ahora publicado. Tengo que decir que me gustó mucho «Pilotos de caza» y «En solitario», cada obra tiene unas caracteristícas diferentes mientras «La última noche» me heló y me retrasó el sueño, «Quemar los días» me pareció un ejercicio fácil para él, en e l que podía haberlo elaborado mejor. «Juego y distracción» y «Años luz» a pesar de ser las más ensalzadas, no son mis preferidas.

  • javier

    Por javier, el 01 enero 2014

    Sin duda lo has leído a fondo Charo, aunque creo que no coincidimos del todo. Un abrazo

  • charo

    Por charo, el 01 febrero 2014

    Me gustaría saber cuándo se publicará,aproximadamente, la última novela de Salter en España, si alguien lo sabe agradecería que lo comentara. Gracias.

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