‘Julia’, el impagable valor y refugio de los amigos

Vanessa Redgrave y Jane Fonda en una secuencia de 'Julia'

Vanessa Redgrave y Jane Fonda en una secuencia de ‘Julia’

Vanessa Redgrave y Jane Fonda en una secuencia de 'Julia'

Vanessa Redgrave y Jane Fonda en una secuencia de ‘Julia’.

Hoy queremos en este ‘Viernes de Cine’ detenernos en uno de los más enérgicos sentimientos que nos dan la vida. ‘Julia’ –obra de los años setenta del director austriaco emigrado a EE UU Fred Zinnemann– es una oda a la amistad auténtica, por encima de los miedos. Un canto a la verdadera amistad como compromiso incorruptible con dos actrices eternas, Jane Fonda y Vanessa Redgrave.

“La amistad es una virtud, o va acompañada de virtud, y además, es lo más necesario para la vida… En la pobreza y en los demás infortunios se considera a los amigos como el único refugio… y los que quieren el bien de sus amigos son los mejores amigos” (Aristóteles).

Quizá sea por eso que la amistad se considere una de las relaciones más complejas y difíciles, si no la más, dentro del espectro amplio que dominan las relaciones sociales entre los seres humanos.

En 1973, Lilliam Hellman (dramaturga estadounidense, autora entre otras de La calumnia y La loba) escribía una de sus más conocidas autobiografías -escribió tres- editada como Pentimento. Dentro de este prometedor título, uno de sus capítulos es la base argumental de la película que hoy les propongo: Julia, dirigida en 1977 por Fred Zinnemann, austriaco emigrado a Estados Unidos durante el auge del nacional-socialismo alemán.

Sobre este capítulo (que nunca estuvo falto de controversias respecto a su veracidad), Zinnemann, junto al guionista Alvin Sargent y ante la siempre exigente supervisión de la propia Hellman, escribieron la historia de esta delicada y profunda película. Un filme que relata la amistad de dos mujeres desde niñas, y cuya intensidad y firmeza pone a prueba ese horrible episodio de la humanidad que fue el nazismo y la pérdida moral y personal que supuso para la historia de todos. De la mano de Zinnemann, dos de las grandes actrices de la época (y de todos los tiempos) construyen sendos personajes inolvidables, el de la escritora Lilliam Hellman bajo el perfil y la profundidad de Jane Fonda y el de su amiga Julia, sobre la mirada y el absoluto compromiso de la enorme Vanessa Redgrave.

Julia es una oda a la amistad, al compromiso. Un compromiso por encima de los miedos, que necesita inexorablemente del empeño y de la obligación, de la valentía frente a la amenaza externa y frente los conflictos que produce el desafío a los temores propios. De la verdad, sea la que sea. Pues la sinceridad se hace inevitable y protagonista en este viaje en el recuerdo, que una Lilliam anciana propone a su memoria, y no sólo con Julia y su cruel destino, y por tanto absurdo, como todo aquello que encierra la crueldad, sino también con el amor de su vida y, a la vez más exigente crítico, Dashiell Hammett: (el gran autor americano) interpretado por un Jason Robards en su mejor momento.

Contundente el suspense perfectamente diseñado por la mano del maestro Zinnemann en las inquietantes e impolutas secuencias del angustioso viaje de Lilliam ante la llamada de auxilio de su amiga, demostrando, una vez más, la fascinación que el director profesa por los seres humanos, y entre ellos por los personajes insólitos, valientes hasta en sus carencias y comprometidos, como evidencia toda su filmografía.

El director atraviesa la historia con pinceladas certeras, que colocan al espectador con convicción en la biografía de la protagonista, gracias al comportamiento de aquellos que la rodean, sin tapujos ni concesiones que no sean de estilo. Un acercamiento a Lilliam a través de personajes, amables, y no tanto, recreados por actores dirigidos con mano segura en sus breves cometidos, desde Maximilian Schell y Susan Jones a una Meryl Streep en uno de sus primeros papeles para la gran pantalla.

Esta historia, si no redonda, sí profundamente sentida, ejerce una enorme fascinación en la retina del espectador, que observa, no sin asombro, el poder de los mecanismos que el corazón y el espíritu son capaces de poner en marcha por alguien ajeno a nuestro propio cuerpo, por el amigo y el consuelo que en la amistad se halla.

La impecable fotografía de Douglas Slocombe y la hermosa música de Georges Delerue se incorporan al maestro planteamiento cinematográfico del realizador austriaco, que huye de la grandiosidad conceptual y se apoya en las miradas, los rostros y los cuerpos de sus personajes.

No lo duden, merece la pena volver a echarle un vistazo, aunque sea nada más que para recordar en estos tiempos los peligrosos vehículos del olvido y comprender que el denostado sentimiento de la amistad también es un compromiso. A veces más allá de lo automáticamente comprensible.

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