‘La espuma de los días’, obra cumbre del ‘maldito’ Boris Vian sube a escena

Una imagen de ‘La espuma de los días’. Foto: Ilde Sandrin.

Una imagen de ‘La espuma de los días’. Foto: Ilde Sandrin.

‘La espuma de los días’, adaptación teatral de la novela cumbre de Boris Vian, llega al Teatro Español. La obra, que se podrá ver hasta el 22 de diciembre, invita a un debate sobre temas universales como la muerte, la enfermedad y el amor, y nos presenta la compleja personalidad y el eterno legado de uno de los grandes autores malditos.

Boris Vian, uno de los autores más prolíficos de la cultura francesa del siglo XX, murió joven y dejó un bonito cadáver. Su cuantioso legado se reparte en sus distintas labores como novelista, autor teatral, virtuoso trompetista de jazz, actor de cine, periodista, traductor de novela negra americana y letrista. Su eclecticismo respondía a la necesidad de probar todas las disciplinas, y su hiperactividad a la urgencia del que exprime el tiempo y baila a su vez con la muerte distrayéndola para que no lleve a cabo su inexorable propósito.

A muy temprana edad, la muerte apareció en la vida de Boris. Su padre fue asesinado cuando él tan solo tenía cinco años. Una tragedia que parecía presagiar lo que vendría después: a los 12 fue diagnosticado de fiebre reumática que desencadenó en una cardiopatía que finalmente acabaría con su vida. Condenado a la desdicha, y asumida ya lo efímero de su existencia -siempre declaró que no esperaba llegar a los 40-, su filosofía existencialista se contagió del espíritu del carpe diem. Cambió las salas de hospitales por clubes de jazz parisinos, y reescribió las prescripciones médicas añadiendo el alcohol, las anfetaminas y barbitúricos, y las pipas y cigarrillos como verdaderos paliativos a sus dolencias.

Además, a pesar de su debilidad fulgurante, dedicó sus horas a la natación, a hacer el amor y a tocar la trompeta -se dice que por cada nota perdía un año de vida-. Murió el 23 de junio de 1959, a la edad de 39 años, mientras asistía al preestreno de una mediocre adaptación cinematográfica que hizo Michel Gas de su novela Escupiré sobre vuestra tumba (1946). Cuenta la leyenda que no pudo soportar ver cómo su trabajo era fusilado y eso lo precipitó a dar permiso a su fiel acompañante de vida para que bajase la guadaña y cumpliese su cometido final.

Declarado por él mismo como un polímata -polifacético en extremo-, Boris Vian exploró en cada una de sus obras los límites formales, plasmando en ellas una voluntad por salirse de la norma y romper con lo tradicional. Su anárquica personalidad y su extrema rebeldía se hacía patente en sus trabajos, los cuales vislumbraban el afán del artista por dejar huella en la cultura a través de lo inédito. Sabía que no contaba con mucho tiempo, así que socavar los cimientos de lo establecido era una manera de dejar constancia de su breve paso por el mundo. Fue un autor incomprendido por el gran público, y por ello sus obras fueron las más controvertidas de su época, creadas con el fin de inyectar la particular visión sobre la vida de alguien que viaja con la muerte.

Un momento de ‘La Espuma de los días’.

Escupiré sobre vuestra tumba hirió la sensibilidad de los defensores de la moral por su abundante y explícito contenido violento y pornográfico. Su irreverencia extrema suponía un insulto a la moral imperante, lo cual le hizo adquirir una notoriedad que se tradujo en ventas. A pesar de que Vian se había hecho famoso, no lo tuvo fácil para editar su siguiente trabajo, La espuma de los días (1947), la obra que mejor explica su pensamiento. En ella habla de la melancolía del amor y su destrucción; la enfermedad y la muerte son los grandes temas, sin olvidar la resistencia y la alegría subversiva; y también refleja la frustración de su amor por Michelle, su mujer, que lo engañó con su amigo Jean-Paul Sartre -como venganza, Vian ridiculizó al pensador en muchos de sus escritos utilizando el nombre de Jean Saul Partre-.

La espuma de los días se convirtió en la novela más leída por la adolescencia francesa, y ahora, hasta el 22 de diciembre, llega al Teatro Español en forma de adaptación teatral. Sin embargo, como explica María Velasco, su autora, “se trata más bien de una apropiación”, y es que el texto de la obra recoge el alma, la música, la poesía y los juegos de palabras que identifican los rasgos del autor francés. Y alberga fragmentos de otras obras de Vian (cuentos, poemas y letras de canciones). En ella se cuenta una extraña (como todas las verdaderas) historia de amor. Un panegírico desesperado de la joie de vivre o alegría de vivir con un hombre triste, un robot de limpieza, un disfraz de Mickey Mouse, una bailarina… y espuma.

Al igual que la novela de Vian, la puesta en escena está a medio camino entre varias estéticas rivales, del existencialismo al surrealismo. En el Surrealismo, como en casi todas las vanguardias, las artes se relacionan transversalmente: “Planteamos un montaje multidisciplinar con el fin de recuperar su espíritu, y donde cobran especial importancia la plástica, la música y la danza contemporánea”. El diálogo de Velasco con la novela es tan libre como la aproximación que el mismo Vian acometía con los géneros y disciplinas artísticas. Según la autora, “ha quedado muy poco del original y, sin embargo, la deuda con Vian es infinita. En silencio, he hablado mucho con él”. Por tanto, esta versión teatral de la obra cumbre del artista reta al espectador a mantener un diálogo con él y viajar al interior de su alma con el fin de comprender en profundidad su figura.

El elenco de actores, formado por Miguel Ángel Altet, Lola Jiménez, Fabián Augusto

Gómez Bohórquez y Natalie Pinot, sobrepasan los 45 años de edad, lo cual permite hablar desde otro lugar de los grandes temas de la obra: las tres heridas, o sea, el amor,

la muerte y la vida: “Conocí la novela en la adolescencia como casi todo el mundo. Al leerla con unos años más encima, descubrí otras capas de significación. Para el montaje, de hecho, ha sido una decisión importante que los actores y las actrices fueran maduros. En la novela los personajes empiezan a envejecer, mágicamente, de un día para otro… pero es que en la vida sucede igual. Una historia de amor es una historia de resistencia si los protagonistas tienen una cierta edad”, explica Velasco, una dramaturga cuyos proyectos se caracterizan por el riesgo formal y las cualidades metafóricas y musicales de la palabra. Independientemente de las temáticas, siempre aporta un enfoque que invita a cuestionarse. En este caso, elabora un discurso sobre la sociedad actual en el que cobran especial valor la experimentación literaria y la violencia poética, y pone de relieve la creencia del autor sobre la necesidad de aceptar la muerte como un proceso natural que, lejos de ser traumático, resulta revelador. En definitiva, la obra nos hace partícipes de los cambios de paradigma que a veces propician las crisis, y nos invita a mirar de frente a las corporalidades que éstas generan, descubriendo su belleza.

Cuando los artistas se adelantan a su tiempo, las relecturas a posteri son especialmente relevantes y reveladoras. Para muchos, Boris Vian fue un adelantado a su tiempo capaz de dejar huella hasta en el pop (véase la canción Lobo hombre en París). Un precursor que, a pesar de su corta pero intensa estancia, dejó un puñado de obras que continúan siendo fuente de inspiración artística. Ahora que en 2019 se celebran 60 años de su desaparición, se pone más que nunca en valor esa idea del filósofo Giorgio Agamben de que “lo contemporáneo es una singular relación con el propio tiempo, que se adhiere a él”.

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