‘La Calumnia’, difama que algo queda, y si son mujeres más

Un fotograma de la película 'La Calumnia'

Un fotograma de la película ‘La Calumnia’

Un fotograma de la película 'La Calumnia'

Un fotograma de la película ‘La Calumnia’

Dos jóvenes mujeres son las mejores amigas desde la época universitaria. Decididas y trabajadoras, levantan con esfuerzo una escuela para niñas que por fin comienza a ser rentable por primera vez. Pero el sueño perseguido se desvanece cuando una maliciosa y manipuladora alumna afirma falsamente que las mujeres son amantes. El rumor se extiende, la escuela es abandonada por las pupilas por orden de sus progenitores y las vidas de las dos mujeres son destruidas. Para siempre. Sin vuelta atrás, a pesar del reconocimiento de la difamación. Hoy nos detenemos en ‘La Calumnia’, una estremecedora película de William Wyler. Comprueben hasta dónde pueden llegar los daños colaterales de la difamación y el rumor.

En 1961, el director William Wyler revisa uno de sus filmes y vuelve a adaptar la obra de Lillian Hellman, que ya llevó al cine en 1936 con Miriam Hopkins, Merle Oberon y Joel McCrea, bajo el título original de Esos Tres (These Three).

Wyler sintió la necesidad de resarcir a la autora, a la obra, a sí mismo y al público, realizando y produciendo, 25 años después, la adaptación de la obra de Hellman The Children’s Hour, que fue prohibida en algunas ciudades importantes en la década de los 30 debido a su tema, el amor de dos mujeres. De este modo, el gran director de películas como Ben-Hur, Horizontes de grandeza, La Heredera o La Loba, dirige La Calumnia (su título en España) convirtiéndola no sólo en un enternecedor melodrama sino en una brillante reflexión sobre la historia de la represión de aquel Hollywood y en un claro puñetazo al aborrecible “código Hays”. Ese martillo de censura que reinó y reprobó a sus anchas, condenando a las pantallas estadounidenses a la mojigatería y al apasionado extremismo político y religioso durante algo más de tres décadas. Quizá Wilder quiso compensar el daño que tuvo que infligir en aquel pasado a una historia injustamente tratada –como tantas otras– por el infausto Código, consiguiendo que el filme contribuyera decididamente a la modernización de dicha aberración, al menos significativamente.

La Calumnia destaca de inmediato como una gran obra, y no solo por la presencia de sus protagonistas ­–el casting funciona a la perfección aunque algunos críticos vieran a los tres protagonistas actores algo frívolos debido a sus carreras en el cine de entretenimiento– encabezados por Audrey Hepburn, Shirley MacLaine y James Garner, acompañados por dos enormes actuaciones de dos ejemplos de grandes actrices maduras, Fay Bainter y Miriam Hopkins (precisamente Hopkins había interpretado en la anterior versión el papel que en ésta desarrolla MacLaine).

La película destaca igualmente por sus valores de dirección y producción, hermosamente filmada, precisa en la construcción de planos, perfecta en la recreación de los ambientes e impecablemente construida en sus silencios así como soberbiamente empujada por su marcaje musical, una precisa y contundente banda sonora de un Alex North poderoso.

Es La Calumnia, bajo el retrato terrible del peor de los pecados, me refiero a la difamación, una historia de amistad, de fidelidad y, aun más, de amor no correspondido. Desde el silencio –tan maldito como asesino– una lucha por el afecto perdida desde el amor. Una historia susurrada y aunque no explícita, comprensible y cruel hasta el desasosiego.

Porque la primacía es, en última instancia, mucho más poderosa y destructiva que cualquier comportamiento sexual o afectivo. El poder puede arrasarlo todo, incluso si éste parte de rumores infantiles. La Calumnia muestra la manera asombrosa en la que la represión se alimenta cuando las diferencias nos enfrentan a miedos absurdos propios de sociedades ignorantes. Cuando las personas se sienten abandonadas e incapaces de defenderse contra el infame arbitrio de las insinuaciones. Y Wyler demuestra que hay algunas campañas de murmuraciones de las que nadie vuelve a reponerse.

El daño está hecho, aunque no entendamos por qué está pasando: «Debe de haber una razón”, se cuestiona el personaje de Hepburn, a lo cual el de MacLaine responde: «¿Estamos aquí defendiéndonos contra qué?».

Atrévanse con esta interesantísima película, no se dejen relajar por su forma, fue realizada hace 57 años, déjense arrastrar por su fondo, por su creciente y abrumadora ansiedad, para comprender lo detestable que se puede llegar a ser a través de una estúpida “asociación de ideas”, como sostiene algún personaje de La Calumnia.

Comprueben al menos hasta dónde pueden llegar los daños colaterales de la difamación y el rumor para, después del daño provocado, ¿hacia dónde ir?, ¿qué hacer a continuación? Tal como los pobres personajes de Hellman.

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