¿Lograrán los robots que tengamos la Renta Mínima Universal?

Foto: Diego Lara.

Foto: Diego Lara.

En los próximos 10/20 años, los robots van a asumir buena parte de los trabajos que ahora desempeñamos humanos. No sabemos si escribirán ‘El Asombrario’, pero hay informes que hablan de que podrían desempeñar hasta un 47% de los puestos que ahora ocupamos. ¿Supondrá eso mayor paro, desigualdad y marginación? ¿O permitirán los autómatas que por fin tengamos empleos realmente dignos, y no repetitivos y alienantes, y que podamos disfrutar de mayor cohesión social y de esa anhelada Renta Mínima Universal, que aún nos parece una utopía?

La posibilidad de un futuro en el que la tecnología absorba una gran parte de las labores profesionales es una cuestión ya instalada en el ámbito académico y político. El vértigo al que nos aboca la hipótesis de una sociedad postrabajo está en sintonía con la relevancia que tiene el empleo en la actualidad. El trabajo es asumido como un marco de progreso material, como un ámbito de cohesión social y como un estadio de desarrollo personal. Estas implicaciones favorables dependen, no obstante, de un contexto determinado, pudiéndose dar casos en que el efecto sea justamente el contrario: que las circunstancias laborales te aboquen a la miseria, la desigualdad y la enajenación.

Lo cierto es que trabajar no ha tenido, hasta hace relativamente poco, una valoración positiva. La palabra trabajo, de hecho, deriva del latín tripaliare que significa “torturar” o “atormentar” con el tripallium, una herramienta de tres puntas utilizada para castigar a esclavos y reos. En el libro del Génesis, Yahveh somete a Adán a un castigo a la altura del pecado original: “Con fatiga sacarás el alimento todos los días de tu vida… con el sudor de tu rostro comerás el pan”. Es decir, trabajando, un concepto que ha evolucionado desde el esfuerzo de toda persona, clan o tribu en pro de su supervivencia; a una facultad, impropia del hombre libre, delegada en un sector de la población denominados esclavos; a una evolución de esta sumisión a modo de vasallaje; a otra fase más desarrollada como labor de explotación asalariada.

A partir del siglo XVIII, sucesivos avances tecnológicos transformaron el paradigma laboral. Las tres primeras revoluciones industriales implicaron un aumento sin precedentes de la capacidad productiva y el desarrollo social y, consecuentemente, también influyeron –cada una a su manera– en la forma y el sentido del trabajo. La Cuarta Revolución Industrial –cuyos ejes son la robotización y la automatización de los modelos productivos, mediante la Inteligencia Artificial (IA), el big data, el IoT (Internet de las cosas) y el cloud computing (computación en la nube)– supone, en cambio, un salto cualitativo que amenaza con desbordar el hasta ahora fecundo equilibrio entre tecnología y empleo.

No hay universidad, consultora laboral o financiera o institución gubernativa (Banco Mundial, OCDE, Casa Blanca, Parlamento Europeo…) que no hayan puesto el acento en los riesgos o, cuando menos, en los cambios estructurales que este fenómeno va a acarrear. La ingente cantidad de informes publicados en los últimos cinco años al respecto así lo corroboran. Todos, sin excepción, vaticinan la absorción de millones de puestos de trabajo por medio de la automatización y la robotización, así como la erradicación de las personas en muchos tipos de empleos o incluso en sectores enteros. Desde el estudio realizado en 2013 por Carl B. Frey y Michael A. Osborne, de la Universidad de Oxford, que estimó que un 47% de los empleos en Estados Unidos podrían ser ocupados por robots en los próximos 10 años, hasta el más reciente de la OCDE –de hace apenas unos meses– que cifra en 66 millones los profesionales cuya ocupación estará en riesgo en el próximo decenio por la misma causa.

Dichos informes han generado diferentes corrientes de aceptación. Por un lado, aquellos disconformes que denuncian que cada vez que se ha producido un salto tecnológico, a lo largo de la historia, ha cundido el mismo alarmismo sin que nunca se hayan consumado los malos presagios. Y así es. Las únicas consecuencias de la implantación tecnológica han sido el crecimiento de la economía y la generación de más empleo. Los trabajadores de puestos extinguidos siempre se han adaptado a otros sectores o tareas surgidos, en muchos casos, en paralelo a las propias innovaciones. Ahora, según estas tesis, no tendría por qué ser distinto.

Pero por otro lado, hay quienes consideran que esta vez sí estamos ante una coyuntura diferente. Sabemos que el automatismo y la robótica tienen el potencial de reemplazar cualquier labor que se fundamente en la repetición de tareas, tanto físicas como intelectuales, o bien que dependan de la aplicación de un conocimiento determinado, ya sea simple o complejo. Existe la falsa impresión de que el sector más afectado es el industrial y en concreto los empleos de baja cualificación. Y aunque, obviamente, estos se van a resentir considerablemente, las estadísticas apuntan a que el sector más amenazado, durante esta primera fase, será el de los Servicios (el que más ocupación abarca) y en concreto los empleos de nivel medio. A día de hoy, crecen los trabajos de alta cualificación y los de baja, pero decrecen considerablemente los de media. La primera consecuencia, por tanto, será la de una fuerte polarización y precarización del mercado laboral, que incentive el factor diferencial y deprecie lo que ya pueda hacer un robot por menos dinero.

Pero tampoco podemos concluir que, al menos a largo plazo, todos los empleos de alta cualificación estén a salvo ni que tampoco, como sucedió en anteriores ocasiones, que el hombre vuelva a aprovechar su capacidad de adaptación para generar nuevas oportunidades de mercado en las que reubicarse. El desarrollo tecnológico en el que estamos inmersos mantiene un crecimiento vertiginoso y no hay nada que nos haga pensar que, en esta deriva exponencial, las máquinas no vayan a poder absorber también, en el futuro, los excedentes laborales que vayan surgiendo, dado que también ellas podrán pensar, decidir y adaptarse.

Cuando apenas se cumplen unos pocos años del inicio de la revolución 4.0, los millones de productos almacenados por Amazon –la primera empresa de comercio mundial– están gestionados por miles de robots Drive. Dos de cada tres operaciones en Bolsa son decididas y ejecutadas por algoritmos. DoNotPay es un chatbot que ofrece asesoría legal sobre multas con un ratio de condonación inigualable por ningún buffet de abogados. Varias empresas de comida rápida, como la cadena Kura, ya cocinan y sirven de manera completamente automatizada. El robot SW 6010 selecciona y recoge las fresas maduras con sus brazos dotados de visión artificial. El hospital de la Universidad de California dispone de robots Aethon como asistentes de quirófano y enfermería y otros como el Da Vinci XI, del hospital privado IMED de Valencia, realiza operaciones de cirugía de precisión. A principios de año, la plataforma Medikator, implantada en el Hospital Clínic de Barcelona, presentaba el primer médico virtual que diagnosticó con un 91% de acierto. El sector del coche autónomo avanza a pasos agigantados en Estados Unidos y el motor de inteligencia artificial Quill redacta noticias para medios de comunicación como Forbes. Pero pocos ingenios han llegado todavía al nivel del sistema de inteligencia artificial Watson de IBM que puede interactuar como una persona cualquiera, tanto a nivel escrito como oral y que tiene la capacidad de realizar prácticamente cualquier tarea que dependa estrictamente de la inteligencia: desde investigaciones científicas a frenar ciberataques o dirigir una empresa.

La expansión de la tecnología a un porcentaje sustancial de sectores y tareas no es, por tanto, una cuestión de posibilidad sino simplemente de tiempo. Pero este escenario futuro tampoco debe hacernos caer en el catastrofismo. Estamos a tiempo de reaccionar y aprovechar esta transformación en nuestro favor. La primera consecuencia debería ser, como ya sucedió en anteriores revoluciones industriales, una reducción drástica de la jornada laboral en proporcionalidad al aumento de la productividad. Si ya se pasó de las 16 a las 8 horas diarias, no sería descabellado imaginar una jornada laboral de 4 horas, a treinta años vista, tal y como predice Jack Ma, CEO de AliBaba.

La segunda –fundamental a corto plazo–, la necesidad de reorientar tanto la educación reglada como la formación profesional hacia capacidades útiles para este nuevo orden tecnológico pero también –y en sentido contrario– hacia aquellas áreas que siempre resultarán inabordables para una máquina: todas en las que participe la creatividad, el sentido artístico, la empatía, la intencionalidad, la ética y la consciencia, y que por ser atributos intrínsecamente humanos, deberían constituir la base de una forma de vivir que dé sentido a la persona.

Y la tercera –en el caso de que se confirmase una reducción significativa del porcentaje de personas empleadas–, la implantación de una tributación sobre autómatas que facilite un sistema de Renta Básica Universal (RBU), no solo para garantizar el sustento mínimo para todos, desde una óptica social progresista, sino también para mantener, desde una perspectiva económico-liberal, el poder adquisitivo necesario para que el ciclo de consumo/producción siga su curso. Tanto si planteamos un escenario en el que la economía no se base en el crecimiento, como si mantenemos la actual dinámica, se antoja indispensable un mecanismo que compense la ausencia de los trabajos asalariados si estos escasean en exceso.

La renta mínima universal ha sido una tradicional propuesta asociada a programas de izquierda que paradójicamente ahora también es defendida desde sectores muchos más diversos. Su estudio es uno de los temas centrales del foro de Davos desde hace años. Martin Schwab, fundador de este evento y un ideólogo de reconocido prestigio en el ámbito liberal, apuesta sin disimulo por una tributación asociada a la robotización. Del mismo parecer son gurús tecnológicos como Bill Gates: “Si un robot hace lo mismo que un humano es lógico que tribute a un nivel similar”. O Elon Musk: «Hay bastantes probabilidades de que terminemos con una Renta Básica Universal, o algo similar, debido a la automatización. No sé qué otra cosa podría haber. Creo que es lo que va a ocurrir».

En estos momentos ya existen numerosos experimentos pilotos de RBU por todo el mundo que analizan sus consecuencias y optimización, como la incorporación de incentivos, incrementando la cuota para aquellos que logren una serie de objetivos, ya sea una mejor cualificación académica, una formación sostenida, trabajos en favor de la comunidad o del medioambiente, entre otros. Está demostrado que la innovación y el emprendimiento se desarrollan, sobre todo, en entornos donde la subsistencia está garantizada. Una RBU bien orientada, lejos de suponer un subsidio paralizante, podría constituir un estímulo para impulsar la iniciativa.

Si no nos anticipamos a este escenario futuro, estaremos abocados a un incremento sustancial de la desigualdad y la exclusión, y por tanto al conflicto. Pero todavía hay tiempo para enfocar esta dinámica en la consecución de una producción automatizada al servicio del progreso, de una sociedad más humanizada y de un mundo más sostenible. Quizás, por fin, el ansiado perdón del pecado original.

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Comentarios

  • Fernando

    Por Fernando, el 26 septiembre 2018

    Excelente. En el libro «Inventar el futuro»(Srnicek/Williams), ya se apuesta por el «pleno desempleo» con RBU y la automatización total. El peligro es que todo se quede a medias porque las Corporaciones sigan viendo rentable utilizar las grandes bolsas de desempleados a nivel global y siga en aumento la pobreza y la desigualdad. Además, las falacias sobre la inmigración siguen siendo rentables económica y políticamente para quienes socavan la democracia y el Estado de bienestar (y del bienser).

  • Manuel

    Por Manuel, el 26 septiembre 2018

    Muchas gracias por este artículo. Es lo que llevo pensando desde hace mucho tiempo pero que nunca he sabido explicar con tanta claridad como usted lo hace. Un saludo

  • RBE-Vegan-Atheist

    Por RBE-Vegan-Atheist, el 26 septiembre 2018

    Hola, buen artículo.
    Solo resaltar que en un momento se confunde trabajo con empleo.
    Siempre habrá trabajos (tareas) que puedan realizar humanos, pero empleo no… (el empleo tiende a desaparecer).

    Me gustaría ver una segunda parte del artículo enfocada a los cambios positivos transformadores de la sociedad que traería la Renta Básica Universal, junto a otras medidas como la reducción de la jornada que comentas, las ideas del último ensayo del economista Jeremy Rifkin o la «Economía del Bien Común» del también economista Kristian Felber.

    Pd: Recomiendo la «Economía Basada en Recursos» del Proyecto Venus para entrever cómo podría ser la sociedad del futuro próximo.
    Atentamente, un saludo.

  • Antonio

    Por Antonio, el 26 septiembre 2018

    Efectivamente esta nueva revolución industrial la debemos acoger con optimismo, siempre y cuando se desarrolle en un sistema igualitario, no bajo el capitalismo (últimamente más salvaje que nunca).
    Pero, siempre hay un pero, todo ello se puede quedar en agua de borrajas, ya sea bajo capitalismo, ya sea bajo un nuevo sistema igualitario; porque no se aborda lo fundamental, que el futuro de la humanidad está en entredicho si no se ataja el cambio climático… Sin medio ambiente no hay políticas posibles, porque estaremos muertos.
    Salud.

  • pedro

    Por pedro, el 27 octubre 2018

    Leo el artículo pasado un mes pero decir que, en este tema de la automatización, me preocupa mucho que se escriba con tanta esperanza.
    Como bien decís las multinacionales, sus dueños y sus lacayos dominan la economía y la política institucional. Han sido despiadadas con los derechos humanos y la naturaleza durante dos siglos y no hemos podido cambiar esto.
    Las empresas desarrollan los robots, quieren sacarles la máxima efectividad y beneficio, como con todo hasta ahora ¿y de repente va a nacer una sociedad de ensueño de esto?
    Yo dejaría más claro que es una utopía, que la distopia es más probable y que o espabilamos mucho o nos van a dejar bien tirados.

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