Marta Sanz reivindica el derecho a quejarse de las “víctimas del capitalismo avanzado”

La escritora Marta Sanz. Foto: Berta Sánchez Casas

La escritora Marta Sanz. Foto: Berta Sánchez Casas

La escritora Marta Sanz. Foto: Berta Sánchez Casas

La escritora Marta Sanz. Foto: Berta Sánchez Casas

Marta Sanz sintió un fuerte dolor en el cuerpo. Ante la falta de diagnóstico tras acudir a diferentes médicos, recurrió a su terapia más personal: la escritura. Fruto de ello nació ‘Clavícula’ (Anagrama). Un libro en el que la autora se desnuda sin tapujos para mostrar los dolores y miedos que lastiman a una capa importante de la sociedad actual, a las «víctimas del capitalismo avanzado”; miedo a perder el trabajo, a no ser lo suficientemente fuerte para soportar las adversidades, a la soledad, al dolor, a que se mueran tus padres… 

En estas páginas hablas de una persona, no de sus pasos de baile.

Clavícula es un texto que surge del cansancio que yo siento de escribir ficciones. Un cansancio al que no se tiene que sumar todo el mundo. Me siento un poco deshonesta cuando estoy utilizando las máscaras, las metáforas de los espejos, para hablar de cosas que quiero enfocar desde mi propia voz y experiencia. A eso me refiero cuando digo que este libro habla de una vida y no de sus pasos de baile. Con sus pasos de baile, me refiero a esas piruetas que a veces nos alejan de la idea del lenguaje como instrumento para transmitir la autenticidad, que es lo que me interesaba.

Buscas esa autenticidad a través de la indagación en un dolor.

Me centro en el dolor porque lo que está buscando el libro es intentar poner orden en un momento de mi vida en el que yo sufro esa experiencia. Hay textos literarios que surgen para poner orden en el caos, y aquí me refiero tanto al caos biológico como al caos social y político; mientras que hay otros textos que surgen para dar un martillazo y romper todas las estructuras convencionales que nos oprimen. En el caso de Clavícula, el texto es una indagación, una manera de entender. El pulso nace de que quizá la escritura me pueda ayudar a mí personalmente a arreglar mis neuralgias y de que esa ayuda pueda ser extrapolable y válida para todos los demás. Después de esa pulsión, los materiales se reorganizan porque siempre hay la conciencia de que al otro lado está el receptor.

Reorganizas los materiales, rompiendo la estructura para darle fuerza y coherencia al texto literario.

Esta novela está rota y está hecha de materiales muy distintos, ya que se trataba de que la fractura retórica mostrara cómo el dolor de la vida real nos desestructura, nos desarma. Quería que hubiera un paralelismo entre ese dolor vivido y las soluciones formales del texto. Yo creo que en un texto literario cuenta la manera en que elige ser contado.

¿Funcionó la escritura como medicina entonces?

Te agradezco tu preocupación. En realidad no, aunque me encuentro mucho mejor. Me gusta que me hagas esta pregunta porque veo que el texto ha apuntado a la realidad, que los lectores se salgan de lo que es puramente literario para preguntarme qué tal estoy. A mí me interesa esa literatura que a través del trabajo lingüístico sirve para señalar las cosas que están sucediendo fuera del texto. Por otra parte, hay veces que digo que me sigue doliendo la clavícula porque hay muchos elementos que no han cambiado: mi marido sigue siendo un parado de larga duración, yo sigo siendo una señora menopáusica, la muerte es inexorable para todos y la precariedad en los trabajos también la compartimos. No han cambiado esas condiciones de lo real, que yo creo que nos presionan tanto, que nos somatizan y se pueden convertir en un dolor y fracturar el cuerpo.

Asegura la escritora que está mucho mejor; distintivo que se puede leer en ese par de ojos que se encierran tras sus circulares gafas. Lo muestra y agradece con una sonrisa la preocupación. Jovial y risueña, no aparca la felicidad de su cara en toda la entrevista, excepto cuando salen a la palestra los temas más reivindicativos del libro, momento en el que muestra su gesto más duro. En este punto, aprieta más los labios mientras habla y zarandea la cabeza como si así sus palabras tuvieran más fuerza al quejarse de lo que está padeciendo.

Ésa es una de las preguntas que te realizas continuamente en el libro; si un dolor real a veces puede ser irreal.

Y llego a la conclusión de que en la medida en que siento un dolor nadie me puede decir que no lo siento. Este libro reivindica que tenemos derecho a quejarnos incluso en las mejores condiciones posibles. El libro se puede interpretar como un lamento cómico que intenta neutralizar esa idea de que no nos podemos quejar por nada porque hay gente que está peor que nosotros. Yo creo que el sufrimiento debilita, que la pobreza debilita, que la precariedad debilita… Y hay mucha gente que ha perdido hasta la voz para quejarse. A mí no me da la gana de que me quiten mi derecho de queja ni en el ámbito íntimo, ni desde luego en el público, que es ahora mismo el que me interesa muchísimo. Yo creo que este libro utiliza la autobiografía, un género aparentemente vanidoso y onanista, para poner de manifiesto que vivimos en una sociedad tremendamente individualista, en la que estamos encapsulados y en la que prestamos demasiada atención a los ruidos de nuestro cuerpo. Esto nos convierte en seres excesivamente hipocondriacos y creo que lo único que nos puede salvar es el cariño y la fraternidad de los otros.

¿Defiendes por lo tanto que el dolor no se puede medir?

El otro día acudió mi ginecóloga a la presentación del libro en Madrid, ya que me parecía la persona más indicada al haber hecho un seguimiento de mi menopausia. Allí hablaba de la imposibilidad de establecer baremos objetivos para poder medir el dolor. Cada persona experimenta el dolor de manera totalmente subjetiva, y hay personas para las que una rozadura les provoca un gran dolor y personas que pueden aguantar un fuerte dolor en silencio durante mucho tiempo. A mí lo que me preocupaba era llevar de algún modo esa idea del dolor al dolor de las mujeres.

¿Por qué centrarlo en el sexo femenino?

Yo tengo la idea de que a veces se tiene el pensamiento de que las mujeres hemos nacido para sufrir, para resignarnos, para cuidar a los otros… y, en ese sentido, en Clavícula se le da una vuelta a eso, ya que la mujer que necesita ser cuidada es una que está en edad de cuidar de los demás.

Por otra parte, hay otra acepción del dolor hacia las mujeres que interpreta que todas somos princesas guisante, que nuestros problemas físicos son psicológicos porque somos extremadamente delicadas y vulnerables. Yo creo que eso es manifiestamente falso. En el libro argumento que nos movemos bajo un patrón médico heteropatriarcal y eso hace que a las mujeres esas enfermedades se nos diagnostiquen muy tarde y, mientras no se nos diagnostican, estamos en un territorio del pensamiento de la hipocondria, de lo mágico, de la ansiedad, se nos medica…, cuando al final se descubre que sí hay una causa física. En Clavícula trabajo esa idea de denuncia, pero también con la idea de la incertidumbre y de la duda. De hecho, el libro empieza planteando una duda: “Voy a contar lo que me ha pasado o lo que no ha pasado”. Que no me haya podido pasar nada es lo que más me inquieta.

Marta Sanz habla rápido, con intensidad, y marca cada asunto con la entonación requerida. Cree en la literatura comprometida y no se amilana a la hora de mostrar sus credenciales. Por ello, no duda en señalar los grandes problemas a los que se enfrenta una capa de la sociedad actual, las que ella llama “víctimas del capitalismo avanzado”. Aquéllos que conllevan el vivir en una sociedad tan individualista, donde la sobreexplotación y precariedad son casi una norma. Señala los grandes problemas con la intención de hacerlos visibles y paliarlos, siempre desde el enfoque más optimista. En este punto, su voz dulce gana un remate férreo.

Antes comentabas que parece que en esta sociedad no nos podemos quejar, que parece que hemos perdido ese derecho. ¿Cuánto de culpa tiene el capitalismo?

Otro de los leit-motivs del libro es reflexionar con el lector sobre hasta qué punto lo que me está pasando a mí le pasa al resto de las víctimas del capitalismo avanzado. Vivimos en una sociedad muy individualista, en la que todos somos muy exigentes con nosotros mismos, en la que estamos sobreexplotados, en la que padecemos la precariedad y tenemos una vejez triste. Si en este libro me abro en canal es porque siento que lo que puedo mostrar de mi carne lo tengo en común con muchas personas que están viviendo el mismo período que yo.

Rompes con todos estos estereotipos para cincelar una novela con una fuerte carga ideológica.

Para mí la literatura siempre es un arma cargada de futuro, como dijo Celaya. Los textos literarios son una manera de intervenir en las ideas de tu tiempo. En ese sentido son ideológicas y políticas, ya que intentan poner el dedo en las neuralgias sociales que compartimos todas las personas de nuestro tiempo, con la confianza de que la palabra escrita pueda servir para visibilizarlo y paliarlo. Una visión que es al mismo tiempo optimista y política.

Una visión de la literatura como una medicina tanto personal, como social.

En el caso de Clavícula, claramente. Este texto no tendría ninguna importancia ni legitimidad como texto literario si sólo me hubiese servido a mí. Lo importante en este texto es cómo se utiliza la invención lingüística para darle relieve a dolencias comunes que padecemos todos. Por eso este libro puede tener entidad e interés para los lectores partiendo de una experiencia autobiográfica contada en primera persona. Para mí era muy importante eso; sacar la literatura y el concepto de la invención literaria del espacio de las tramas, los conejos que salen de la chistera, los seres alados… y recuperar un concepto de la literatura que tiene que ver con recuperar una capacidad del lenguaje que para analizar lo que tiene que ver con la realidad y nos hace daño. La gran dificultad del texto reside en nombrar; esa idea de que el dolor no se puede nombrar y sobre el que tenemos que hacer continuamente círculos concéntricos musicales, para poder acotarlo, entenderlo y compartirlo con el otro.

Esos dolores que no podemos expresar, pero que nos duelen.

En el libro hay un capítulo de una experiencia real en la que yo voy a un médico y me doy cuenta de que yo, una persona con un léxico amplio, no le puedo decir lo que me pasa. No sé decírselo. Intento pensar en un montón de metáforas, pero no doy con la palabra precisa para que a mí me puedan hacer un diagnóstico. Del libro a mí me interesa ver eso que es físico, que es médico, que es personal, se puede extrapolar al plano social. Hay muchas veces que es muy difícil visibilizar los elementos de la ideología invisible, porque ya no los identificamos como tales. Saber la tripa que se nos ha roto colectivamente. Cuando antes hablábamos del derecho de la queja, creo que la dimensión política del libro se relaciona con que las ideas de prestigio, las ideas dominantes del mundo que vivimos en este momento son la resiliencia, la competitividad, la adaptabilidad, el sentirte fuerte en absolutamente todos los casos, el tener optimismo y buen talante…

Apuestas por el otro lado de la moneda del dolor.

Creo que debemos reivindicar lo otro, ser rebeldes con el otro lado. Y, sobre todo, darnos cuenta de que aunque los seres individuales podamos ser responsables de muchas cosas que suceden, eso no significa que seamos responsables de nuestras enfermedades, de nuestra situación laboral por no ser suficientemente aventureros… Yo creo que hay culpas y críticas que hay que imputar al sistema en el que vivimos todos. De ahí la reivindicación a la queja en el libro. Hay sonrisas que pueden ser muy destructivas.

¿Cómo se comporta Marta Sanz ante esta situación?

Marta Sanz escribe. Escribo libros desde la reflexión, desde la sinceridad conmigo misma y desde el respeto hacia el lector. Para mí la figura del otro es importantísima. Como apuntaba antes, tengo una visión de la literatura como un elemento de visualización política, pero también como una manera de crear comunidades y vínculos fraternales. Y ojalá la literatura sirviera para desarrollar nuestra imaginación política. Yo creo que tengo cierta capacidad para crear diagnósticos, pero me cuesta mucho más dar soluciones.

¿La literatura tendría más impacto socialmente si estuviera mejor valorada?

Ése es otro tema que ronda alrededor del libro. En él hablo del tabú del dinero. Creo que socialmente hablar de esto está muy feo porque tenemos asumido el rol judeocristianoterrorífico de que para obtener una remuneración de un trabajo te tiene que doler y, si te gusta, para qué te van a pagar. Y, por otra parte, creo que esta convicción de no pagar a los artistas viene de la concepción que se ha tenido durante mucho tiempo de que la cultura no sirve para nada. Si la cultura no sirve para nada en una sociedad de mercado, ¿por qué va a ser remunerada? Yo intento contradecir con cada libro que escribo esta idea, porque para mí la cultura vale para mucho. Vale para desarrollar la conciencia crítica, construir valores, ayudarnos a ver puntos que a lo mejor no queremos ver, darnos felicidad, hacernos más lúcidos… Claro que sirve.

Todos estos puntos hacen referencia a un mismo tema: el miedo. Miedo a la muerte, al amor, al dolor…

Yo creo que lo has dicho muy bien: es un libro sobre el miedo y sobre el miedo que nos meten en el cuerpo de forma literal. Esto tiene que ver con una manipulación del concepto de salud que nos paraliza desde el punto de vista social y político. Me gustaría puntualizar que el miedo menos importante del libro es el miedo a la muerte. Yo creo que son más importantes todos los miedos previos a este punto final: a perder el trabajo, a no ser lo suficientemente fuerte para soportar las adversidades, a la soledad, al dolor, a que se mueran tus padres… Lo que a mí me preocupa mucho son todos esos miedos paralizantes que te pueden amargar la vida y no vivirla con la felicidad que la vida merece y que creo que se hace un uso interesado de ellos. Hay muchas contraposiciones en el libro que se van descomponiendo y una de ellas es la de la vida y la muerte.

Un texto escrito desde el dolor, que, desde la contraposición, es un auténtico alegato a favor de la vida.

Es un canto a la fraternidad y a juntar esos vínculos fuertes; un canto a la vida y a la energía y a la necesidad de agarrarnos a ella. Aunque sufra el dolor, aunque tenga miedo, aunque a veces me muestre triste…, sin embargo…

Sin embargo, la vida siempre empuja.

Sin embargo, hay un ansia de vivir, que cristaliza en esa confianza hacia la palabra literaria de la que hablábamos desde el principio.

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Comentarios

  • Marga

    Por Marga, el 05 mayo 2017

    He leído el libro de Marta Sanz y me ha defraudado bastante. La idea me pareció interesante en una reseña y luego leí un relato corto de la autora en otro libro de varios autores y que resulta es un fragmento de «Clavícula». Bueno pues ese texto me parece lo mejor del libro, junto con el poema sobre su viaje a Filipinas. El resto es repetitivo y tedioso, como escuchar a un amigo hipocondríaco que se queja de todo y al que la vida tampoco le va tan mal aunque él no lo crea… No veo drama ni trascendencia por ningún lado, son todo males menores expresados desde el victimismo más narcisista. ¡Un aburrimiento!

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