Mediterráneo, un escenario de permanente conflicto

El escritor Juan Laborda.

El escritor Juan Laborda.

El escritor Juan Laborda.

El escritor Juan Laborda.

“La manera en la que reconstruimos los hechos del pasado afecta a nuestra vida cotidiana”. Con esta frase arranca el ensayo ‘En guerra con los berberiscos. Una historia de los conflictos en la costa mediterránea’ (ed. Turner) que Juan Laborda Barceló (Madrid, 1978) ha escrito en torno a un periodo decisivo de la historia, cuando las incesantes luchas contra los turcos y el asedio del corso berberisco convirtieron el Mediterráneo en un mar de fronteras. Hemos hablado con él de batallas y corsarios, y también de la situación actual en este mar, que debería unir, pero es escenario de constantes muertes y enfrentamientos.

Las ansias imperialistas y los conflictos por el control de sus aguas a lo largo de los siglos XVI y XVII dejaron su vestigio en un puñado de islotes y territorios norteafricanos que aún son españoles como Chafarinas, Alhucemas, Alborán o Vélez de la Gomera. Un tiempo donde el uso de las primeras armas de fuego cambió para siempre las formas de la guerra, y cuyos hechos abren cuestiones sobre “cuáles son nuestras raíces y herencias, qué grandes empresas se proyectaron, cuál fue su resultado y el porqué del territorio que habitamos”.

Para ambientarnos un poco quedo con Juan en un café del Madrid de los Austrias, y mientras charlamos, al otro lado de las ventanas languidece una de estas tardes invariablemente lluviosas. Lo primero que le pregunto es quiénes eran los berberiscos.

“Pues tendré que empezar diciendo que casi son una invención. Son pueblos que habitaban el norte de África y solo compartían este espacio geográfico, pero sin una entidad común. Podían ser alárabes, que vivían en las ciudades del norte de África y poseían caballos; andalusíes, antiguos musulmanes expulsados de la península; bereberes, pueblos nómadas del desierto; turcos en regencias berberiscas o incluso conversos. Una amalgama de pueblos a los que llamaban berberiscos, porque habitaban los territorios de Berbería en el norte de África, y cada uno tenía una forma de luchar diferente.

En tu libro es llamativa la descripción de la vida en las posiciones norteafricanas, y las dificultades logísticas y pecuniarias con las que se encontraban a la hora de batallar, tomar territorio y establecer plazas; son asuntos que no suelen ocupar los grandes relatos de la historiografía bélica.

La verdad es que es un aspecto que apenas se había tratado. Los sueldos de soldados y operarios, por ejemplo; cobraban más aquellos oficios imprescindibles para mantener las plazas: los artilleros, los carpinteros o los canteros que construían los muros defensivos y los presidios, que eran fortalezas levantadas en lugares predominantes. Y las principales partidas presupuestarias eran para murallas o para cerrar vías de agua, para los barriles de pólvora o el aprovisionamiento para resistir un asedio. El envío de estas partidas generaba además mucha corrupción entre intermediarios, inspectores y alcaides. Había materiales especialmente valiosos como la pólvora, los anillos para armar los barriles o el bizcocho, un alimento que se conservaba bien en el tiempo, era fácil de transportar y resistía la humedad en los barcos. Y naturalmente el agua, que era además un elemento de gran importancia estratégica por la dificultad de acceder a los pozos sin sufrir emboscadas. En los Gelbes lancearon a casi mil infantes españoles porque después de arrastrar durante horas piezas de artillería sin apenas agua, al llegar a los pozos se desbandaron para beber y fueron atacados.

Incluyes también alguna tabla donde se detallan estos sueldos y las partidas con las que se pagaba en especie; es muy interesante.

Hay mucha documentación en el fabuloso Archivo General de Simancas y también en algunos memoriales de los soldados escritores, donde detallan todas las batallas en las que han participado de cara a recibir una pensión por ello. Pero éstos no suelen ser datos muy fiables, porque están barnizados de sentimentalismos guerreros; documentalmente son más fiables las cartas o los consejos. En Cuerpo enfermo de la milicia española, Marcos de Isaba relata todas las triquiñuelas que hacían para no pagar impuestos o en los recuentos del avituallamiento. Ideológicamente el ejército se mostraba duro en la defensa de valores como la honra o el rey, pero luego era muy corrupto, los soldados desertaban y se hacían pasar por otro para cobrar, el contrabando y la estafa eran un agujero continuo. Yo he encontrado documentación acerca de un soldado que montó un próspero prostíbulo dentro del presidio, al que acudían también clientes de fuera.

También hablas de la falta de liquidez de los reyes españoles para financiar las campañas y sostener las plazas, porque la mayor parte de sus fondos estaban destinados a las contiendas en Europa.

La escasez provocaba la falta de avituallamiento o que los sueldos no se pagaran, con la suerte de que los soldados no se pueden amotinar porque están solos y rodeados: el enemigo turco por un lado y por otro el mar y los corsarios. Con Felipe II, España estaba en bancarrota, había hipotecado la deuda y no pagaba los préstamos internacionales, eso hacía que muchas campañas se financiaran con fondos privados como ocurrió con la de Orán, que costeó Cisneros. La iglesia financiaba campañas puntuales y la lucha contra el infiel en lo que denominaba Bula de Cruzada: un permiso para ir a conquistar territorio o realizar una campaña concreta. La toma de Túnez por ejemplo se financió con dinero de la Iglesia, con el deseo de que la monarquía hispánica cruzara el Mediterráneo y consiguiera asentarse en el norte de África para una gran evangelización, cosa que como sabemos no ocurrió. Derrotas como la de Argel van mermando la confianza de los particulares o de la Iglesia en las campañas, y también provoca una desmoralización en las tropas. El reclutamiento era una mezcla de halagos y promesas de ver mundo, pero al final ocurría que solo iban a morir de hambre o a pelear en condiciones tan extremas que muchos desertaban. Y Túnez se convirtió en otro agujero: siempre había que estar invirtiendo en La Goleta porque era muy importante estratégicamente y de ello dependía que el Mediterráneo fuese turco o cristiano. Y al final, tras el esfuerzo de tomarlo, se dejó un poco a su suerte al gobierno de un rey musulmán, porque no puedes llevar de un día para otro a 5.000 personas para que lo pueblen.

Ya desde los Reyes Católicos se persigue el establecimiento de una frontera norteafricana, parece una obsesión que viene sobre todo de Castilla.

Es una época de ideologías muy marcadas, sin novedades en la Iglesia católica, con una monarquía heredera de la Contrarreforma y siete siglos de Reconquista alrededor del miedo al musulmán, que se instala pese a la larga convivencia con ellos. Castilla era como los EE UU de la época, tenía una enorme influencia y quería imponer sus principios religiosos e ideológicos, que pasan por eliminar al enemigo: no puede haber judíos, musulmanes, protestantes, y además hay que crear un cinturón mediterráneo para que los turcos no lleguen de ninguna manera. Luego, tras la expulsión, quedan en la península grupos reducidos a los que llamarán despectivamente moriscos, y su presencia se conjugará con los ataques del corso en las costas de Andalucía y Levante generando inquietud y un serio conflicto de política interna.

Los ataques de los corsarios eran salvajes, y como cuentas en el libro mantenían a las poblaciones costeras en permanente alerta y en un estado de terror. Pero, y no puedo evitar trazar ciertos paralelismos, parece que también ese miedo era una poderosa arma propagandística utilizada desde uno y otro lado.

Los turcos apoyan constantemente al corso, porque el terror que generan sus ataques a la población les beneficia, les hace poderosos. Esta psicosis también es alimentada desde las monarquías católicas, pero el miedo constante solo afecta a la monarquía hispánica porque es la única que lucha contra los enemigos de la fe, en el sentido de cruzada. La Iglesia quiere expandir sus ideas y su poder, por eso financia y sobre todo promueve la lucha contra el infiel. Los franceses pactan con ellos y les abren puertos, Venecia e Inglaterra también. Todos negocian con los turcos salvo la monarquía hispánica, que pone la razón de Estado y de la religión por encima de todo lo demás. El miedo al Islam responde a una concepción prácticamente política. Se consideraba que la lucha contra el musulmán beneficiaba la imagen de Estado, pero los hechos dicen que se invirtió muy poco en las campañas del Mediterráneo en comparación con los conflictos europeos de tierra adentro. Los turcos estaban intentando conquistar territorios en el norte de África y en Europa; lo intentan en Viena y en los Balcanes y son frenados en varias ocasiones, y esto promueve el miedo a una invasión islámica. Pero luego terminan por hacer con ellos tratados estratégicos y comerciales.

Volviendo a la idea con la que abres el libro, sobre la influencia que tiene el modo en el que interpretamos ciertos hechos históricos en nuestra vida cotidiana, ¿qué peso darías al relato de la lucha contra los berberiscos sobre nuestro presente?

El trabajo de los historiadores supone que al final la historia es una elaboración, y por eso son tan graves las interpretaciones apologéticas. Aún se mantiene una visión laudatoria sobre estos hechos militares que habría que desmitificar un poco. Es mi posición como historiador; esta es una ciencia blanda y estamos elaborando una narración de los hechos que nos permite saber cosas de nosotros mismos. ¿Qué ha quedado de aquello? Pues algunas posiciones un tanto inútiles que sobrevivieron empobrecidas a lo largo del XVII y XVIII. Tras el desastre del 98, cuando se pierden Cuba, Puerto Rico y Filipinas, el colonialismo español, que siempre ha sido muy exaltado, mira solo al norte de África y las conserva sin ningún sentido como una rémora de nuestro pasado imperialista. Por eso Marruecos, con mucho criterio, reivindica alguna de ellas como el peñón de Vélez de la Gomera, que cuando baja la marea queda unido por una lengua de tierra al continente africano. En el siglo XVI, la posición elevada desde un peñón que se aísla por el agua es estratégica porque desde ahí puedes atacar o defender dominando el territorio, pero en la era de la aviación y la guerra electrónica ya no tiene ningún sentido; es una cuestión (aunque diciendo esto se me echen encima) de puro nacionalismo español.

Por otro lado, el terrorismo yihadista podría ser una razón para mantener estas plazas por su reivindicación del califato de Al-Andalus, pero no representan la amenaza invasora de un Estado sino que son el equivalente de lo que en aquel tiempo era el corso berberisco y sus ataques. Nos enfrentamos a una guerra asimétrica, de grupos muy reducidos e ilocalizables como ocurría con el corso, que atacaba y desaparecía. La angustia de la población levantina frente a un ataque berberisco es la misma que se genera en Europa cuando sufrimos un ataque terrorista. Porque al final el terror es una forma de dominar al otro, y esa voluntad de dominio tiene similitudes en ambos siglos.

También señalas cómo los planteamientos sociales, ideológicos y vitales de cada época condicionan la supervivencia de las grandes formaciones políticas de la humanidad. ¿Cómo verías nuestro futuro si la historia hubiera sido otra?

Realmente el Mediterráneo es un espacio de unión cultural, aunque este aspecto esté poco tratado historiográficamente; es un mar que no separa sino que une, pero la concepción política nos lleva al enfrentamiento. Después de las descolonizaciones, el Mediterráneo había quedado un poco fuera de la historia, que estaba en los bloques de la Guerra Fría, en el Atlántico o el Pacífico. Pero en los últimos años ha recuperado el protagonismo con el yihadismo o la guerra de Siria, así como por el trágico éxodo que están provocando estos conflictos, del que solo conocemos una mínima parte. A mí personalmente me gustaría que pusiéramos más puentes y menos verjas y barcos militares en el Mediterráneo; quisiera ser optimista, pero lo veo mal, porque las mafias lo dominan y los Estados africanos no aplican políticas para eliminarlas, porque los gobiernos europeos ni siquiera respetan las cuotas de acogida para todas esas personas que huyen, porque la presencia de grupos radicales como Daesh o Al Quaeda en el norte de África se ha ido multiplicando. Creo que la Alianza de Civilizaciones o los Juegos del Mediterráneo fueron grandes intentos de establecer otro tipo de relaciones. La paradoja es que nunca hemos estamos tan cerca físicamente y a la vez tan lejos, también económicamente, y me temo que todo eso dibuja un escenario de permanente conflicto.

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