Pablo Gutiérrez y el desencanto de una generación a la que la crisis escupió a la cara

El escritor Pablo Gutiérrez. Foto: Sara B. Leyva

El escritor Pablo Gutiérrez. Foto: Sara B. Leyva

El escritor Pablo Gutiérrez. Foto: Sara B. Leyva

El escritor Pablo Gutiérrez. Foto: Sara B. Leyva

Pablo Gutiérrez (Huelva, 1978) nos ha traído este otoño ‘Cabezas Cortadas’ (Seix Barral), una historia en la que la protagonista es una joven española comida por la nostalgia que emigra al extranjero buscando un hueco en el sistema y que, al no encontrarlo, decide guarecerse en la obsesión de la escritura. Mientras otros escritores van regresando a la evasión, Pablo Gutiérrez se resiste a levantar el campamento de la literatura de resistencia. En su nuevo trabajo trata temas como el agotamiento de la juventud o el desencanto de una generación aplicada y cumplidora a la que la crisis escupió a la cara.

Tiene Pablo Gutiérrez la certeza de que la escritura es una cuenta atrás. Suele decir que en su caso cada vez le queda menos por publicar. Tras cinco novelas y un libro de relatos, ha llegado a varias conclusiones: la primera, aprendida de esa vida que divide entre el oficio de escritor y su profesión como profesor de literatura en un instituto de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), es que los libros se escriben con las ojeras. La segunda es que a estas alturas de la historia las novelas se hacen solas y él sólo tiene que estar pendiente del lenguaje.

María se define como «una niña asustada, que escribe con buena letra, que cambia de idea en cada párrafo, niña vieja que se muere y que no entiende el mundo». ¿A quién tenía en la cabeza cuando decide contar la historia de María?

No tengo a nadie en la cabeza porque María es la que está hablando, no está reflejando otro personaje que hubiera en la vida real. La novela parte porque es una primera persona gramatical, es el sentido de la novela, y al ser así el escritor, una vez que configura ese personaje, lo que debe hacer honestamente es retirarse un poquito, no intervenir demasiado y dejar que esa voz se desarrolle. Cuando esa primera persona coincide con muchas claves tuyas, me refiero por ejemplo al género de autoficción, o directamente porque sea una novela testimonial, el autor interviene continuamente porque no hay mucha separación entre la voz y el autor.

En ese caso, ¿quién es María?

¿Quién tengo en la cabeza? La cabeza es la de María, ella es la que va a desarrollarlo. El asunto y lo que hace que sea un discurso tan particular es que ella no habla con nadie, ella está escribiendo un texto para sí misma, el pacto de ficción al que le pido que entre el lector no es «créete que viene una invasión extraterrestre», sino «créete que esto realmente es un diario», porque he hecho todo el esfuerzo para tomarlo como si realmente lo fuera. Y en ese sentido, el bucle de pensamiento, el caos de ella, consiste en que ella está hablando como si fuera dentro de una bóveda y los pensamientos repercuten contra las paredes para volver con igual fuerza.

¿Esto lleva a la confusión mental?

Eso lleva creo que hasta a la enfermad mental, en su caso, porque enfermedad mental y soledad no están tan separados; son dos conceptos próximos. Considero que la soledad puede llevar a la enfermedad mental y que cuando hay enfermedad mental es porque también hay mucha soledad. No soy psiquiatra y no me atrevería a hacer un diagnóstico de lo que le ocurre a ella, pero sí sé que no está bien y que necesita ese discurso; en principio para liberarse de todo ese silencio y esa soledad en la que está metida. Pero al mismo tiempo, y esa es la ambivalencia, esa soledad le está haciendo mucho daño.

¿Qué precipita esa soledad?

María es desequilibrada y muy inestable, al mismo tiempo con unos principios muy sólidos y unos pies muy posados en la tierra. Pero la tierra se está moviendo continuamente y ella está intentando hacer como que no hay movimientos, y ahí es donde está el conflicto de su psicología, la cual supongo que los lectores pensarán -y yo también lo pienso- que es muy complicada porque hay muchos factores que hacen que la cabeza esté así. Entonces, ¿en quién estoy pensando? No podría estar pensando en nadie más, porque la psicología de ella es tan singular que sólo le pertenece a ella, no es estereotipo de otra cosa.

Pero la idea habrá surgido de algún lado.

Distinto es que su situación -llámale sociológica- sea análoga a la de muchos otros españoles que han tenido que emigrar a consecuencia de la crisis y tienen que vivir en lo que llamo un idioma impropio, porque es una de las claves también. Ella no consigue ni desarrollarlo ni expresarse con la suficiente claridad, es decir, se siente imbécil cuando está hablando en un idioma que no es el suyo porque, como decía Wittgenstein, «los límites del pensamiento son los del idioma». Yo no puedo pensar nada que no pueda convertir en palabra. También por contraste, cuando ella escribe, se excede, porque necesita desarrollar todo el idioma que en su vida diaria no puede porque las conversaciones que tiene son muy limitadas, también porque con quien habla no puede hablar de grandes cosas. De hecho, hay un momento en el que ella dice que ni siquiera puede contar mentiras. La extranjería del idioma se une al desarraigo.

Es la primera vez que sitúa una de sus novelas en una ciudad grande, pero es inevitable interpretarla como una secuela de ‘Democracia’.

Podemos verlo como un ciclo en realidad. En Democracia abrí los ojos a la crisis y decidí que literariamente era interesante utilizar un acontecimiento fundacional como desencadenante de una historia particular. Allí había una historia y una intrahistoria, en el sentido de vamos a poner una figurita dentro de este gran edificio y ver cómo funciona. Esta novela bebe de una década (2008-2018) y el contexto en el que vamos a situar a María es un contexto reconocible, como es el de esos estudiantes que hicieron todo lo que les dijeron que tenían que hacer, porque ya estaban en la crisis digamos, pero que cuando terminaron sus estudios se dieron cuenta de que el país era una llanura.

Y deciden marcharse…

Repetidamente escucharon el discurso de no hay nada que hacer. La crisis afectó especialmente a dos grupos de población, que no es la clase media en contra de lo que se piensa. Afectó al tercio más pobre de la sociedad y a los jóvenes. Este último es el perfil sociológico de María, que pertenece a esa rara emigración que muchas veces se ha visto con mucha superficialidad, porque se les ha considerado una especie de erasmus perpetuos; como si aquello fuera una experiencia iniciática. He ahí su desclasamiento, que me da mucho nutriente narrativo. Ella venía de una familia de clase media, pero cuando llega a la sociedad hipertecnológica se da cuenta que le corresponde una categoría más baja. Ahí es donde surge su desclasamiento, el rencor de clase que me da mucho nutriente narrativo.

Si damos por bueno que María es el símbolo de la generación malquerida por el capitalismo no se le puede culpar por su suerte.

Ella no se planteó que todo esto fuera a ocurrir. Cumplió digamos el expediente y ahora se supone que venía el salto a la vida adulta. Pero ese salto nunca se produce y por eso ni siquiera lo llega a intentar, sino que directamente se marcha. Tampoco se encuentra lo que le habían dicho, porque ella no había estudiado medicina, ni ingeniería ni ninguna carrera técnica que te pudiera llevar a ese ámbito profesional que en el extranjero sí es demandado. Al final lo que hace es servir cafés y desayunos para los ejecutivos, ese trabajo que en las grandes ciudades sólo realizan los jóvenes extranjeros que lo entienden como una forma de supervivencia temporal. El problema es cuando la cosa que se espera no termina de llegar nunca, y eso es lo que produce la angustia de la novela y la ansiedad.

¿Ella siente el concepto de fracaso?

En cierto sentido sí, pero para ella sería peor volver. Y mira que pudiera, porque no forma parte de las migraciones del norte de África, donde una vez que das el salto ya no puedes volver nunca. Ella sí puede volver con su familia, pero ahí es donde sentiría el verdadero fracaso.

Por eso decide marginarse.  

Claro, también por otro motivo y es porque ella quiere una habitación propia, como lo de Virginia Woolf, donde pudiera cerrar la puerta. Y en una megalópolis como la que se define aquí para tener una habitación propia y poder pagarla con un trabajo de mierda te tienes que ir al extrarradio. Y decide eso, inmolarse en el barrio oscuro. También por supuesto hay un juego de metáforas cuando entiende que ha cambado de clase social y piensa que debería estar donde le corresponde. Si te fijas, hay un discurso acerca de la raza: ella siempre pensó que era blanca y de hecho sus padres le decían: «qué blanquita eres, te vas a quemar en la playa», hasta que de pronto, en la segunda parte de la novela, cuando tiene su amante, se abrazan por la espalda y se da cuenta de que en realidad la negra es ella. Hay un proceso en el que se va oscureciendo hasta en el tono de piel. Si dibujara esto en un cómic al principio aparecería blanca y poco a poco acabaría siendo negroide, precisamente porque también en el desclasamiento está el concepto de raza.

En un momento dado, quizá no explícitamente, se hace la pregunta de quién tiene más miedo y asco, si los pobres a los ricos o viceversa.

Ahí te das cuenta de que el núcleo de la novela sigue siendo la lucha de clases que durante un tiempo tenía unos polos muy definidos, el empresario opresor y el trabajador oprimido. El problema es cuando el enemigo está mucho más difuso, cuando no sabes hasta qué punto eres tú enemigo de otra clase social. ¿No es ella enemiga del barrio en el que está? Sin ir más lejos, se define como la perla blanca de un barrio negro. Al mismo tiempo, su frente de batalla natural debería ser contra la clase social dominante, pero mantiene un enfrentamiento contra la clase social oprimida que tiene que ver con lo femenino frente a lo masculino. En esa confluencia de dos opresiones es donde construye un discurso contra la autoridad de clase.

El escritor Pablo Gutiérrez durante la entrevista. Foto: Sara B. Leyva.

El escritor Pablo Gutiérrez durante la entrevista. Foto: Sara B. Leyva.

Todas estas reflexiones las vierte en un diario que le conduce a un destino destructivo.

Ahí es donde le tendría que decir al lector: “lo siento, tío, pero no esperes una novela complaciente, no va a tener un final resolutivo donde se vaya a salvar”. Es verdad, no hay aliento, no hay aire, incluso es muy difícil empatizar con ella porque está rompiendo códigos morales. Desde el principio nos cuenta que con 14 años fue violada, aunque no fuera consumada la acción, en Portugal mientras sus padres estaban cenando en una terraza. Es una escena insólita y sin embargo nos lo cuenta diciendo que no puede permitirse victimizarse porque no quiere convertirse en una pobrecita. Lo normal en otra psicología es que hubiera ido hasta sus padres. Pero no, ella guarda silencio porque no sabe si todos los hombres son así. De hecho, hay un momento en el que llega a decir que sin orden ni control todos los hombres lo serían.

Y ya digo que cuando le cedo la voz a María tengo que dejar que se exprese. Creo que he hecho bien porque los autores normalmente queremos meter las manos, intervenir, hacerlo todo, y si es posible construir a un discurso que al final complazca al lector. Todos quieren que salgan bien para que lo recomienden. Yo ahí he cometido un error. O puede que ni salga porque se aburra por la mitad y lo deje, pero me guardo algo, que es una recompensa para el que llegue al final y es el lenguaje.

Si desnudamos el libro de lenguaje, ¿qué queda?

Queda rencor, queda rabia. Pero si lo desnudamos en general de literatura quedan cuatro historias elementales. Lo que nos enseñaron en la universidad: protagonista, antagonista, objetivo y motivación, es decir, las categorías sustanciales. Para mí la literatura es el idioma y lo intento, a veces desmontándolo y utilizándolo en un sentido desviado, incluso incorrecto.

“Escribir solo sirve si no lo va a ver nadie”, reflexiona María. ¿Es ahí hacia donde se dirige su literatura?

Espero que no, pero me temo que algo hay. Esa es la parte más conflictiva de mi literatura, porque sé que son libros complejos y que, en cierto sentido, te dejan sin aliento si te los tomas como yo quiero. Puede que no sea así, pero el personaje pretende llevarte hasta sus últimas consecuencias, y eso excluye muchas lecturas. Pero yo siento, y pasó también con Democracia y Los libros repentinos, que voy quitando posibles lectores. Lo inteligente sería que no lo hiciera probablemente, pero lo que escribo se corresponde con este camino. Una vez que sé que para mí esto no es un producto alimentario, que mis facturas las pagan otras cosas, que haya dos mil más o dos mil menos tampoco te creas.

¿Y por qué cree que pasa esto?

Me interesaría más que me lo contaran los lectores que se escapan. Probablemente sea porque mi literatura es incómoda, en ocasiones demasiado complicada, y eso debería achacármelo a mí mismo. Pero otras porque plantea ciertos temas que a lo mejor sólo me interesan a mí, puede que porque va en contra de las expectativas del lector, eso lo tengo claro. A Isaac Rosa también le pasa mucho, y le pasaba a Chirbes. Escribir en contra de lo que el lector espera es arriesgado, pero me parece una actitud muy meritoria.

Igual es por la indiferencia de los personajes hacia el entorno que les rodea. De hecho, María revela un mayor individualismo cuando más contacto social tiene.

En cierto sentido tendría que pensar en otros personajes. En Los libros repentinos, Reme tiene mucha conciencia social y actúa de una manera muy cómica como activista. Marco en Democracia también sale a pintar las calles porque lo necesita, también por un cierto activismo. Y en el caso de María hay momentos en los que está más desesperada que todos y se lo plantea; lo que pasa es que su activismo consiste en fantasear con un grupo terrorista que acabe con la autoridad masculina de una manera muy bestia.

Con esos pensamientos es normal que huyan algunos lectores.

El lector no va a decir qué buena idea ha tenido la chiquilla. A mí como autor también me cuesta comprende sus psicología. Sin embargo, por defenderla, me parece que está bien construida. El problema es su aislamiento, que deriva en unas reflexiones que muchas veces nos echan hacia atrás.

Llega a asegurar que lleva tres años sin leer. ¿Cómo se rehabilita uno de la lectura?

Depende de cómo vivas. Yo me desintoxiqué durante un tiempo cuando mis hijos nacieron. Porque claro, atender a un bebé es incompatible con leer a Tolstoi. La lectura, de todas maneras, es el acto más sagrado, mucho más por supuesto que la escritura, y antes que escritor habría que ser lector y por desgracia eso no siempre se da. Pero también pasa que María tiene un discurso contra la autoridad literaria, y hay un momento en el que dice que era muy fácil ser bella y hermosa en las novelas del boom latinoamericano. Lo difícil es ser un personaje literario en el momento que le ha tocado vivir, donde te llaman puta por acostarte con alguien. Ahí sí que no se podía ser heroica.

Volviendo al tema de los lectores, a lo mejor es que aunque su lenguaje se va endureciendo no ruedan las cabezas que los lectores querrían.

Crep que el escritor, el intelectual, señala cosas, pero no propone soluciones. Sería muy ingenuo pensar que una novela va a plantear una solución acerca del discurso social. Si el dilema es la injustica y la desigualdad, ¿qué novela va a proponer nada si Podemos no puede?

¿Qué aporta una novela de resistencia más o menos?

Te lo voy a explicar. Nos enseñaron que en geometría una línea es una sucesión infinita de puntos. La línea lleva hacia algún punto. Ninguno de esos puntos es la línea, pero sin ellos no hay línea. Entonces, quiero pensar que esta novela es un punto en una sucesión de discursos infinitos. En una sociedad tan cargada de mensajes, reivindico mi derecho a poner un punto, porque creo que va a algún lado. Es más, voy a ser optimista. A pesar de todo, creo que en términos generales nos conducimos hacia el progreso. Tan es así que en África se han dado cuenta y quieren estar aquí todos, porque lo saben. Y es verdad que la crisis ha empobrecido a mucha gente, pero la esperanza no ha dejado de aumentar y diferentes factores harán que el mundo sea mejor. Y esa línea hacia el progreso también tiene que tener un discurso sobre el cuestionamiento de la autoridad y la resistencia, de no dar por sentadas cosas que la moral conjunta y social establecen. Con toda la humildad, el escritor puede poner el punto en la línea del infinito. No resuelve nada, porque no se le pueden exigir soluciones, pero tiene ese derecho.

¿Entonces de qué va esto?

Va de una solución muy concreta que es la inmigración, del uso de un lenguaje cuando no es el tuyo, de un primitivismo que de pronto aparece en una sociedad hipertecnológica. Por ejemplo, el fanatismo religioso parece el polo opuesto de la sociedad en la que vivimos, y sin embargo conviven. Especialmente en grandes ciudades. Londres es el paradigma, donde la sociedad desinhibida se junta al mismo tiempo con el fanatismo religioso. De todo eso va la novela y luego va de otra cosa, de una chica que habla de lo que es escribir para una sola. La escritura tiene mucho prestigio, más de lo que debería. Se considera que es sanadora e incluso si sorprendemos a nuestros hijos escribiendo un diario los miramos con ternura. Sobre todo si es una chica, porque si es un chico sospecharíamos. Pero no, la escritura es demoniaca y nos puede hacer polvo, sobre todo cuando no hay comunicante al otro lado.

¿Le interesa que el pensamiento de María se relacione con el concepto actual de feminismo?

Es parte del imaginario colectivo que comparto desde hace cinco años, que es cuando se ha producido de una manera mucho más tajante el golpe sobre la mesa del feminismo. Ahora, el feminismo de María no es nada ortodoxo, puede ser que no sea si quiera ningún tipo de feminismo y que lo que reivindique sea la individualidad. Piensa que como mujer sus enemigos son mayores que si fuera hombre. Si volvemos a la etiqueta de si es una novela social, lo es; sobre el fanatismo, lo es. También sobre el feminismo, aunque ella no puede ser capitana de nada.

En conclusión, tampoco quiere ninguna revolución.

No, porque está muy desencantada y descreída. El individuo hay que reivindicarlo en esta novela, y por eso no es estereotipo de nada, creo. Si acaso, ella es un contra modelo. Es verdad que yo le puse las palabras, pero ella tenía que estar ahí con su discurso. Y es ahora, después de haber escrito el libro, cuando me sorprende lo que abarca su psicología. Creo que por cosas como estas, las novelas siguen siendo un género muy valioso.

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