Pánico a las arañas: la literatura hipocondríaca de Claire Legendre

La escritora Claire Legendre. Foto: Lou Scamble.

La escritora Claire Legendre. Foto: Lou Scamble.

La escritora Claire Legendre. Foto: Lou Scamble.

La escritora Claire Legendre. Foto: Lou Scamble.

¿Es el pánico a las arañas real o una manera de hacerse notar? ‘Él nenúfar y las araña’, el nuevo título de Tránsito editorial, recién publicado, es un potente diario sobre el miedo y las maneras de estar vivos. El miedo a morir. El miedo a vivir. La genealogía mental que nos embosca y construye cárceles y tragedias. A través de capítulos cortos, la autora, la francesa Claire Legendre, que lleva ya una decena de títulos, explora los síntomas, raíces y génesis de la angustia, desde la más íntima hasta la más universal. Muy apropiado para nuestros agitados días.

La autora de El nenúfar no se llama Mabel, como la famosa protagonista de la película de Cassavetes, sino Claire, Claire Legendre (Niza, 1979), pero es también una mujer bajo la influencia, en este caso bajo la influencia del dolor que se imagina, del dolor que se hereda, del que se resuelve con paréntesis que en un momento determinado confundimos con puntos finales. Y sus pensamientos son cortos y eficaces y deslumbrantes. Son abismos microscópicos que tiran de ella todos los días sin que mueva un sólo músculo. Ella escoge la ironía estática de sus pensamientos para olvidar su asfixiante oscuridad y seguir adelante. Sabe bien que nuestros miedos son a menudo los miedos de otros, el rumor pegajoso con que la genealogía mental nos embosca y construye cárceles y tragedias que no deberían correspondernos.

Y es a ratos Kafka quien la dirige. Legendre es la reencarnación parcial del héroe checo. Su mirada tiene el mismo punto de vista. El ensimismamiento plural. Es decir, su mirada es un canto íntimo que acaba convertido en himno. Y esa contradicción es quien se adueña de su presente hasta hacerla ilimitada de palabra y obra.

Legendre no cree en el porvenir, o sería mejor decir que no se traga la patraña en que la han convertido los diccionarios. Su vida es una conversación interminable con la muerte, pero por suerte su boca no es un escaparate de palabras macabras, sino la de una meticulosa observadora de lo ignoto, de lo que a priori no marca ni dirige una vida. Es libérrima en su observación. Una heterodoxa entomóloga de alguna de las tantas especialidades que domina el miedo:

«En Quebec, la naturaleza está tan presente, incluso en la ciudad, que los aracnófobos son minoritarios, y la gente toma mi pánico por coquetería».

Y por otra parte es también una de sus mejores matemáticas. Por eso es clarísima con el resultado de las adicciones. En su miedo no hay incógnitas, solo operaciones con números inamovibles; en su miedo, la dueña absoluta es la propiedad conmutativa. Posee una naturalidad narrativa, una limpieza rítmica que convierte a los lectores en entregados alter egos. No sabe ser neutral y eso hace que sus pequeñas historias vayan modificando la biografía de quien lee. Que haga con nosotros lo que hace Dios con los ateos, que nos convierta en subalternos improvisados.

Legendre es muy original, logra que sea liviana cada mueca que nos hace la vida mientras tiembla. Sabe hacerle burla a lo categórico sin faltarle al respeto.

Es la reina del sorpasso vital, sabe mirar a los ojos al dolor y determinar en esa pausa el grado de dependencia que requerirá y tomar otro rumbo sin que ese sprint suene a mentira. Sabe que la muerte de los otros es el final de la vida que soñamos. Que la quietud de los muertos modifica todos los futuros que proyectaron para nosotros mientras estaban vivos. Y a pesar de eso, consigue sostener un prisma que no deslumbra por la complejidad de sus construcción sino por la sencillez con que inocula dentro de él similitudes con la vida de los lectores. Tiene empatía imaginativa. Deshace los ritmos de un día cualquiera y pone el foco sobre cuestiones en apariencia intranscendentes para acabar convirtiéndolas en férreos asideros. El progreso se derrumba en este libro porque el final de los seres humanos es siempre el mismo, la senda tenebrosa de la muerte que entona los nombres de otros en una lista macabra en la que escribirá una y otra vez nuestro nombre, aunque no tenga pensado mencionarlo, para destrozarnos los nervios con su saña intemporal.

El nenúfar y la araña es un sumario de frescura a ratos impertinente, a ratos evocador, que aleja al lector y al escritor de la animosidad que a veces necesitan sentir por la vida para que sus trazos arteros no les sobrepasen.

Es un potente diario sobre el miedo y su manera de estar vivo. El aliento del miedo es en El nenúfar y la araña un gas más noble de lo que cabría suponer. Por fortuna, Legendre lo analiza y lo abre en canal en una autopsia pionera para que podamos reconocernos en el vaho con que hidrata nuestra casa, nuestra vida, nuestra memoria y los días que vendrán. Ella le otorga su valencia y su número atómico.

La intensidad de este libro es una verdad que nos lleva con la lengua fuera. Es, como dice la autora en su último capítulo, un inventario sobre el que reconocerse, un apoyo con el que no contábamos en este impío siglo XXI, la panacea absoluta contra el ampuloso y pertinaz desequilibrio que supone estar vivo.

El nenúfar y la araña es un portazo contra la cara de la autocompasión, un milagro que nunca será capaz de reconocer la Iglesia. Una revelación entre líneas, una deslumbrante conversación con el dolor, es ver a la muerte tumbada sobre la lona antes de que suene la campana.

‘El nenúfar y la araña’. Claire Legendre. Traducción de Laura Salas Rodríguez. Tránsito editorial. 132 páginas.

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