El arte de perderse para encontrarse en esta ‘nueva realidad’

Fotografía de M. Cuéllar.

Fotografía de M. Cuéllar.

Aprovechamos el ensayo de Rebecca Solnit ‘Una guía sobre el arte de perderse’ para poder disfrutar de nuevo del momento de deambular sin rumbo fijo y poder dejarnos llevar por nuestros propios pensamientos para encontrarnos.

Mover las piernas para mover las ideas. Caminar para poder pensar. Un paso tras otro para poner las ideas en orden. Y es que un paseo sin rumbo ha sido lo que más he echado de menos en este confinamiento por la pandemia provocado por el coronavirus. Dejarse llevar calle abajo sin fijarte cuando cambias de dirección. Dar un rodeo antes de llegar a ese lugar sin establecer la ruta en el navegador. Caminar para pensar. Se trata de algo que no hemos podido hacer durante el aislamiento ni hemos podido recuperar en esta mal llamada ‘nueva normalidad’. Y es que ahora caminamos con un rumbo, con alteraciones si hay muchas personas en la calle, con el eco de meses enteros donde cada paso debía estar sobradamente justificado.

Podría parecer un gusto personal, pero no lo es. El pueblo originario Nasa, en el norte del Cauca (Colombia), usa el andar como el respirar: es necesario para pensar, para asimilar malas noticias, para coordinar el día a día, para tomar decisiones. Tuve la oportunidad de estar con jóvenes nasa que obtuvieron una beca para estudiar en la universidad de Cali y lo que más les preocupaba era la posibilidad de caminar si lo exigido les abrumaba. Y muchos de ellos se referían a caminar durante horas si la situación lo requería. “El territorio es el lugar donde habita el pensamiento”, decían.

Caminar para perderse y perderse para caminar. De una manera u otra es lo que sostiene Rebecca Solnit (San Francisco, 1961) a través de las páginas de ‘Una guía sobre el arte de perderse’ (Capitán Swing). Un viaje que empieza por su propia memoria, a través de dejarse llevar por piezas de sus recuerdos y divagaciones personales, pero que continúa por derroteros inesperados incluso para ella. Desde una abuela que desaparece en el éxodo a EE UU a los aguerridos colonizadores. Todos ellos perdidos y, a la vez, más encontrados que nunca.

Y es que Solnit defiende que estar perdido no es lo mismo que perderse y que este término define mejor que nada estar plenamente presente. ¿No pasan muchas de las mejores cosas cuando decidimos perdernos? Esto es lo que sostiene la autora cuando explica que puedes tener la mejor experiencia explorando una nueva ciudad cuando deambulas sin rumbo fijo o todo los descubrimientos que hacemos en la infancia al estar simplemente en la calle. De hecho, dejar de hacer esto es hasta preocupante para ella: ¿Cuáles serán las consecuencias de no dejar deambular a los niños y niñas?, se pregunta.

Rebecca Solnit

Rebecca Solnit.

La también autora de Los hombres me explican cosas recuerda que la principal causa que señalan los grupos de rescate cuando alguien se pierde en la montaña es la falta de atención. El estar presente de nuevo. ¿Cuántos de nosotros llegamos a casa de forma automática sin recordar el camino que hemos hecho cuando estamos absortos en otros pensamientos? ¿Cuántos de nosotros realizamos acciones en el ahora pensando solo en el después? Aunque el ritmo desenfrenado no se ha paralizado del todo por el confinamiento (hemos cambiado vías del metro para reunirnos por enormes links para tener videollamadas), lo cierto es que esta preocupación ya estaba muchas décadas antes. La propia Virginia Woolf en Al faro ya reivindicaba el derecho a perderse en uno mismo, a vivirse desde adentro, a dedicarse tiempo uno mismo a pensarse.

Tanto para Woolf como para Solnit las calles son un lugar excelente para perdernos. Si la primera editó en 1927 de Street Haunting, A London Adventure (Sin rumbo por las calles: una aventura londinense), la segunda describió la experiencia de andar a pie en Wanderlust’. Una técnica que no solo los pueblos originarios usan sino que ha sido testada por filósofos, poetas, ingenieros… Gary Snyder, Jane Austen, André Breton, una larga lista que Solnit rescata en este ensayo para poner sobre la mesa algunas de las teorías que pone en práctica en Una guía sobre el arte de perderse.

Con pequeñas historias -en las que deja desarrollarse un pensamiento que hila con otro-, evidencia lo natural que es pasar de pensar en la búsqueda del color azul de Klein, al colonizador Álvaro Núñez Cabeza de Vaca -que al final de su vida se convirtió en un eterno perderse y encontrarse- a introducirnos en los propios sueños de la autora. Eso sí, nadie dijo que el camino a perderse fuera siempre placentero. Los nueve ensayos que contiene arrojan luz, pero también dolor y sufrimiento. Abrir la puerta a lo desconocido (a una ciudad no conocida, a un trayecto no planeado, a un pensamiento no hilado de antemano) puede hacer que pasemos por zonas en oscuridad y con una dosis de incertidumbre.

Pero si algo hemos aprendido de estos meses de estado de alarma es a convivir con la incertidumbre. Por eso se agradece el estilo transparente y nada presuntuoso de Solnit para hablar de llevar bien el perder el control. Incluso nos dice la autora que ese momento en el que nos perdemos puede llegar a ser una oportunidad. Cada uno debe saber qué le funciona y qué necesita, pero si estamos en disposición de poder animarnos a hacer algo es que nos dejemos deambular. De momento, por la prosa de Solnit, esperemos que pronto podamos hacerlo por las ciudades con la decisión de perdernos y dejar, por fin, de estar perdidos.

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