El proceso de paz en Euskadi, a escena con una obra incómoda y valiente

Los actores María San Miguel y Alfonso Mendiguchía, protagonistas de 'Viaje al fin de la noche'. Foto: Luis Gaspar.

Los actores María San Miguel y Alfonso Mendiguchía, protagonistas de ‘Viaje al fin de la noche’. Foto: Luis Gaspar.

Los actores María San Miguel y Alfonso Mendiguchía, protagonistas de 'Viaje al fin de la noche'. Foto: Luis Gaspar.

Los actores María San Miguel y Alfonso Mendiguchía, protagonistas de ‘Viaje al fin de la noche’. Foto: Luis Gaspar.

Viaje al fin de la noche’ es la tercera obra de teatro de la Compañía 43-2 y cierra la trilogía sobre el conflicto en el País Vasco. Su autora, la dramaturga y actriz María San Miguel, pone en escena la necesidad de escucha, diálogo y convivencia para avanzar hacia la paz. Ha entrevistado a víctimas de todas las violencias (también de las que no se habla) para elaborar el texto. Es una obra incómoda y valiente. Implica mirar debajo del felpudo para acunar el dolor de quienes han perdido a seres queridos asesinados por la violencia de ETA, el GAL o el abuso policial. La protagonizan los disidentes. Esas personas que, siendo hijos e hijas de asesinados, entierran su odio y tienden puentes ante la esperanza de construir un futuro mejor.

“Esta obra es difícil, hay cosas muy duras. Para intentar comprendernos no sólo hace falta el diálogo, hace falta la escucha. Como me dijo Sara Buesa, hija del dirigente socialista vasco Fernando Buesa, asesinado por ETA: ‘No convivimos, coexistimos’, y hoy en día es suficiente, pero no lo es para mañana. Convivir implica el encuentro con el otro y en un proceso donde la violencia ha marcado tanto a la sociedad requiere mucho tiempo. Nadie quiere ceder, es doloroso, hay contradicciones, confusión cuando te das cuenta de que el otro es como tú y ha sufrido como tú. No es fácil”. María San Miguel explica emocionada los caminos por los que ha transitado creando esta tercera obra, como cierre de una trilogía sobre la violencia en el País Vasco.

Primero en Proyecto 43-2  llevó a escena cómo la violencia genera ruptura familiar y social y cómo se construyen las identidades. Luego, la segunda obra (La mirada del otro) retrataba los encuentros entre víctimas y victimarios en la cárcel de Nanclares de Oca y cómo uno se construye a partir del otro. Ahora en Viaje al fin de la noche, escrita por María San Miguel y dirigida por Pablo Rodríguez, era necesario hablar del futuro. “¿Qué ocurre hoy y cómo vamos a gestionar esto mañana? Hemos vivido un momento histórico con el fin de la violencia de ETA, pero el momento histórico que vivimos va más allá de la historia del País Vasco porque en todo el Estado estamos viviendo un proceso de segunda transición y ruptura”.

Por eso es posible que hoy, tras las representaciones de la obra, haya coloquios con el público. “Hace unos años sería impensable. Es muy diferente la respuesta del público según el lugar… Estrenamos en Eibar, luego fuimos a Barcelona, Pamplona, Vitoria, Madrid. Es muy denso, hay mucha información, es una apuesta en la dramaturgia donde exigimos mucho al público porque hay mucho que sostener en lo que se dice, el dolor, lo que incomoda o descoloca… Se recibe todo, hay mucha tensión y mucha emoción en el público. La atmósfera es densa, pero al final la gente tiene ganas de dialogar”.

San Miguel comparte escena con el actor Alfonso Mendiguchía. Dos personajes que conversan sobre sus pérdidas y su dolor. Personajes creados a partir de las entrevistas realizadas con hijos e hijas de asesinados por las distintas violencias. Ella interpreta a la hija de un padre asesinado por los GAL. Él se mete en la piel del hijo de una madre asesinada por ETA. “Hay frases que en las entrevistas previas nos ha dicho un familiar de víctima de ETA y son las mismas que nos ha dicho un familiar de víctima del GAL. Sin dejar de hacer memoria sobre quiénes son su padre y madre asesinados, quieren construir algo mejor para sus hijos. Hay muchas capas de dolor”.

La idea de abordar este tema para la tercera obra nació entre México y Colombia. “Conocí en México a la hija de un ex terrorista, me impresionó su historia. Sale con un chico que perteneció a ETA y está en la cárcel. Está repitiendo la historia de sus padres… No se siente ni vasca ni mexicana, tiene problema con la identidad”. Luego María viajó con La Mirada del otro a Colombia. Conocí a un ex guerrillero del ELN. Fue uno de los jefes de la guerrilla y ha sido una de las personas fundamentales en las negociaciones para la paz. Me habló de la relación con sus hijos, se emocionó, vivió 30 años en la clandestinidad con la guerrilla, no ha visto casi a sus hijos y nos reflexionó sobre los costes que había tenido para él la vida revolucionaria”.

Estas dos historias la impulsaron a hablar de los hijos de los conflictos y la identidad, junto a los procesos de pérdida y dolor con muchas contradicciones en la vida familiar. “Es que los hijos de víctimas de las diferentes violencias (ETA, GAL y abuso policial) y también los hijos de militantes de ETA son la gente de mi generación (entre 30 y 40 años), que están teniendo a su vez hijos que nacen fuera de todo esto, pero que son los que tendrán que construir la paz con toda la herencia que ha dejado la violencia. Tenemos una ruptura generacional con nuestros padres, hay mochilas que cargamos”, apunta María.

La reflexión sobre qué es la identidad atraviesa especialmente esta tercera obra, aunque ya aparecía en las dos anteriores. “En el proceso he entrevistado a mucha gente. Una de las preguntas era cómo definirías tu identidad y cuál es tu relación con el tema vasco. Nadie, menos una persona, contestó a la primera de entrada. Daban muchas vueltas, cuesta abordarlo. Una de las bases del conflicto es la lucha por una identidad y nadie sabía definirla”. El hecho de atreverse a hacer preguntas es transformador tanto para el equipo que hace la obra como para el público que acude a verla. “Las respuestas se han ido modificando con el tiempo. Yo, por ejemplo, soy española porque me ha tocado nacer aquí, feminista, contemporánea, muy abierta y en continua transformación. Como dice Edu Madina, mi patria es mi infancia”.

La obra apela al factor humano, a lo que nos acerca, nos iguala, esos espacios en común como alternativa a la etiqueta fácil creada para diferenciarnos, señalar y juzgar. Y muestra, a su vez, que todo es muy frágil, que hay una línea muy vulnerable en la que todos podemos caer (a un lado o al otro).

“Creo que nuestra sociedad necesita segmentar todo en buenos y malos. Manuela Mesa, directora del Centro de Educación e Investigación para la Paz (CEIPAZ), nos dijo que hacemos narrativas transgresoras porque mostramos a los disidentes de cada grupo. Y los disidentes de cada grupo no venden portadas y telediarios porque lo fácil es reducirlo todo a ‘estás conmigo o estás en mi contra’. Lo que hemos aprendido a lo largo del proyecto durante estos años es que claro que hay blancos y negros, pero hay muchos grises y nunca sabes dónde vas a estar. Nos es más cómodo pensar que nunca vas a salir de tu zona de confort, pero la vida es tan imprevisible, pueden pasar muchas cosas en función del contexto”.

Una de las apuestas del proyecto es denunciar cualquier tipo de violencia y avanzar en el camino de humanización de “los otros” como vía para la convivencia y la paz, como explica María. “He hecho entrevistas con prejuicios y me los he tenido que comer. Pensamos que el que ha matado sólo es malo (claro que tiene cosas malas), pero son gente como tú y como yo. Humanizar es la única manera de construir la paz. Esto no interesa a todo el mundo, porque te enfrenta a ti mismo. Da más rédito electoral decir lo que todo el mundo quiere oír: que el malo va a ser siempre el malo. Pero no todo el mundo se queda en el odio y la venganza. Creo que hay que contarlo porque es esperanzador”.

En esta tercera obra hay más poesía y belleza que en las anteriores, más cercanas al teatro documental. “Cuando hablas tres horas en las entrevistas, ves que usan muchas metáforas para explicar sus vivencias y sus procesos, hay poesía en sus pérdidas, muchas referencias al paisaje vasco, cosas que nunca nos han mostrado los medios. Por eso en la obra, siendo muy fiel al material de base, me he permitido licencias poéticas donde hay belleza pero no me he inventado nada, todo sale de la realidad”.

Realidad conocida de primera mano. María nombra a Sandra Carrasco, hija del concejal socialista Isaías Carrasco, asesinado en 2008 en Mondragón por ETA, a Pilar Zabala y Axun Lasa, hermanas de Joxi Zabala y Joxean Lasa, torturados y asesinados por los GAL o a Haize Goikoetxea (a su padre Txapela lo asesinó el GAL en San Juan de Luz cuando ella era pequeña).

Y es que en esta tercera obra se habla directamente también del GAL. “Son víctimas sin ningún reconocimiento estatal (el PP cambió la ley). Quienes asesinaron salieron de la cárcel a los seis años y eso no se nombra. Para mucha gente las víctimas del GAL no son víctimas como las de ETA. Esto dice mucho de nuestra sociedad. Nuestro espectáculo muestra que el dolor es el mismo, venga la violencia de quien venga, que es irreparable. No justificamos ninguna violencia, ni la de ETA ni la del Estado. Matar está mal. Es terrible que lo haga una banda terrorista que intenta imponer su ideología y es terrible que el terrorismo lo haga un Gobierno o un Estado”. Para la autora de la obra, es importante subrayar que las víctimas son víctimas siempre. “Nuestro proyecto es deslegitimador de la violencia, de todas las violencias. Si esto genera incomodidad, es que estamos haciendo bien nuestro trabajo poniendo encima de la mesa todo esto. Un teatro que provoca preguntas y hace pensar es muy necesario. Es lo que nos hará transformarnos individual y colectivamente”.

En algunos de los coloquios después de algunas funciones a veces hay víctimas de la violencia entre el público. “Como Inés Núñez, hija de víctima de abuso policial (a su padre lo torturaron y murió; lo hizo la policía en 1979), Pili Zabala y Sara Buesa. Tres mujeres víctimas de diferentes perpetradores de violencia. Tres mujeres que, habiendo perdido a sus seres queridos, apuestan por la paz, el diálogo y la condena de todas las violencias”.

María recuerda que se han hecho encuentros entre víctimas de ETA, GAL y abuso policial (policía franquista que mató a personas en la Transición) y son un camino necesario. “Para reconstruir el tejido social hay que empezar por las víctimas. Axun Lasa fue torturada antes de que desapareciera su hermano y cuenta que empezó a reconstruir su identidad a partir del encuentro con una víctima de ETA y ver que el dolor de ambas era el mismo. Les han arrebatado a sus seres queridos, pero además es gente que ha vivido cosas muy duras en su contexto social (amenazas, silencios, estar señaladas). Y han logrado sobrevivir de manera pacífica, pasando rabia y a veces odio, pero finalmente han decidido construir desde la paz y desde la esperanza en un mundo mejor”.

Viaje al fin de la noche ya ha pasado por varios escenarios y actualmente están gestionando poner en escena la trilogía completa para la nueva temporada en lugares como San Sebastián y Madrid.

María se emociona admirando la capacidad de superación que tiene el ser humano. “A pesar de la dureza, hay mucha luz. Haber conocido a estas personas es muy bonito, es una lección de vida. Que vayan juntos al teatro un ex terrorista de ETA cumpliendo condena y su víctima directa (él perteneció al comando que asesinó a su marido, aunque no disparó) es increíble. Forman parte de los encuentros restaurativos que se hicieron en la cárcel. Vinieron juntos a ver La mirada del otro. Escuchar un alegato a la necesidad de hacer memoria para que esto no vuelva a ocurrir nos emocionó a todos. Su relación es muy provocadora, es una lección de convivencia muy fuerte. Son los disidentes de cada grupo”.

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