Recife

LA ESCRITORA ESTHER GARCÍA LLOVET COMIENZA SU COLABORACIÓN CON EL ASOMBRARIO & CO. CON ESTE RELATO RÁPIDO Y CASI CINEMATOGRÁFICO SOBRE LA MEMORIA, EL PASADO, EL RECUERDO Y LAS ESCAPADAS. EMOCIONANTE LECTURA

ESTHER GARCÍA LLOVET

Son las tres y media. Su vuelo es a las siete y ahora hace frío. Se ha puesto la cazadora. A través de los guantes acaricia las llaves de casa en el bolsillo mientras baja por la calle donde se encuentra su restaurante preferido o más bien el único restaurante que conoce en la ciudad. El local es estrecho, de plafón bajo, y aún conserva las largas lámparas de billar del negocio original.

Le gusta la mesa junto a la ventana. Se quita la cazadora y los guantes y al dejarlos en la silla libre echa un vistazo alrededor. Hay una pareja en una mesa del fondo y un hombre frente a él con los auriculares puestos. Se oyen los Talking Heads desde donde se encuentra.

Mira la carta del menú y ve que hay camarones y ensalada de patata y que tienen cerveza negra. Al dejar la carta de nuevo sobre la mesa cruza la vista con el hombre de los auriculares, que al verlo detiene en seco el vaso y parece que por un momento estuviera viendo a través de él y hacia más allá del infinito hasta que sus ojos se iluminan de pronto como las ventanillas de una tragaperras.

-Nitro- dice quitándose los auriculares.

Nadie le ha llamado Nitro desde los veinte años y entonces sólo le llamaban así dos personas y ninguna se parece a éste hombre que tiene los ojos muy claros, ojos de perro, y lleva  el pelo largo y una guerrera con chapas de Charly García.

El hombre se levanta despacio. Mide casi dos metros. Cruza el local hasta su mesa y le tiende una mano de jugador de baloncesto.

-Soy Mati-dice.- Matías.

De pronto se siente como si estuviera cayendo en picado desde veinte años de altura.

Nitro extiende la mano. Le toca el brazo. Mati le agarra por los hombros y él le agarra por los hombros también y nota que se ha echado a temblar.

-No lo puedo creer.

-Mati.

-No has cambiado. No has cambiado nada.

Mati tampoco. Parece tan joven  como cuando escribía  su nombre en las Adidas de las chicas del instituto.

Se separan y cada uno da un paso atrás. Están ahí mirándose el uno al otro pero parece que estuvieran viendo algo en un escaparate, algo muy caro o muy extraño en un escaparate o en un museo.

-Joder- dice Nitro.- Qué raro.

-¡Qué cara!

Vuelven a tocarse el brazo y se echan a reír.

-Ven a casa. No vivo lejos. Así ves a mi hijo.

Calcula que el hijo de Mati tendrá ahora la edad de Mati cuando llevaban la corbata del uniforme.

-Salgo al aeropuerto en media hora- miente.

-Yo te llevo.

Nitro lo mira. Ve que tiene manchas de tinta en la guerrera y que se ha cortado al afeitarse y que realmente no ha cambiado nada en veinte años o los cambios le han llevado siempre de regreso al mismo sitio, a la misma habitación revuelta, con la cama sin hacer y la puerta cerrada. Tiene las uñas mordidas.

-De acuerdo.

Las camareras les miran desde el fondo del restaurante.  Sonríen. Son gemelas y despiden a Mati por su nombre.  Nitro va a preguntarle si no paga la cuenta cuando ve que en su mesa no hay más que un vaso de agua y un cenicero lleno de colillas.

Salen a la calle y hace aún más frío. Caminan unos cien metros por la calle desierta. No dicen nada. Sólo miran el pavimento mojado.

-¿Y qué haces?- pregunta Nitro.-¿En qué andas metido?

-Arreglo teles. También instalo antenas y hago enganches. Se pueden hacer parabólicas con sartenes. La señal se pilla casi con cualquier cosa.

-¿Entonces te casaste?¿Cuántos hijos tienes?

-Dos. Uno de cada mujer, pero sin problemas. Buenas chicas extranjeras. Una es de una ONG. ¿Y tú?

-Sí. La mía también quiere la paz en el mundo. La paz en el mundo y la guerra en casa.

-¿Sigues siendo el amo de las flippers?- pregunta Mati.- La Wizard, la Nitro y Las Vegas.

– Y la Flip Flap. Luego salió la Maverick. Esa sí que era la mala entre las malas -dice Nitro.-  Todo desapareció con las Pachinko.

Mati le señala un Chrysler verde aparcado en doble fila.

-Joder, me dejé los faros encendidos.

-El verdadero amo de Las Vegas era tu hermano Alejo- dice Nitro al detenerse  junto al Chrysler.-¿Alejo también vive aquí?

Mati sonríe despacio por encima del coche mientras busca las llaves. Luego abre la puerta y se sienta frente al volante. Nitro se sienta a su lado mientras arranca el motor.

-Alejo murió hace nueve años.

Tose. Tose como un enfisémico.

-Se mató.

-¿Qué has dicho?

Mati le mira. Luego gira la cabeza hacia el otro lado para desaparcar.

-Que Alejo se cayó de un quinto piso y se mató.

Nitro cierra los ojos.

-Yo creía que era una fiesta- continúa.- Entonces vivía en el edificio enfrente del mío y estuve viendo luces y gente entrando en su casa toda la noche y a eso de las cuatro pensé, voy a ver si Alejo me invita a su fiesta. Me abrió una tipa. Sí que había gente detrás de ella, por ahí, por la casa, pero no eran los invitados. La mujer ésta era su novia. Yo no la había visto nunca.

Nitro siente los baches de la calle y el cambio de marchas.

-Yo creía que eran los invitados y era la policía.

Siente ganas de vomitar como si le hubieran vaciado el estómago de golpe.

-Joder.

-Joder, sí- repite Mati.

Toma aire. Abre los ojos.

-¿Cómo se lo tomó tu padre?

-A mi padre le dije que se había ido a trabajar fuera. A Recife.

Mira a Nitro. Sonríe. Luego asiente despacio.

-A Recife- dice Nitro-¿Y por qué a Recife?

-Fue lo primero que se me pasó por la cabeza.

-¿Y tu padre se lo cree? Qué cosa más rara inventarte algo así. ¿No le extraña que Alejo no haya vuelto en nueve años o que no llame nunca?

-También murió. Mi padre también murió. Y sí que se creyó lo de Recife. Yo le contaba cosas que me inventaba o me preguntaba él a veces y le dije que se había casado y que por eso no volvía.

Alejo muerto. Nitro intenta imaginárselo con treinta y pocos en una fiesta como la que Mati creyó ver, se ve a sí mismo llamando a la puerta de su casa pero quien abre es un Alejo de catorce años que le saluda y le conduce a una habitación donde se sienta en una cama muy estrecha y le lía un cigarrillo y luego saca varios vinilos, uno de los Monkees, otro de Jimi Hendrix, y luego dice que es una putada que cuando te gusta mucho la cara A de un disco la cara B se queda siempre sin oír.

-¿Para qué te inventaste todo eso?

-No sé, joder, es que desde que ocurrió hasta que volví  a ver a mi padre habían pasado semanas. Mi padre estaba enfermo, una cosa del hígado otra vez y pensé que si se lo decía se pondría peor y luego ya no pude echarme atrás-. Mira su reloj.-¿A qué hora sale tu avión? ¿A dónde vas?

A Nitro la boca se le llena de un sabor metálico, como si hubiera mordido una chapa.

-Está en verde- dice.

Mati gira la cabeza hacia él y sonríe despacio.

-¿Cuándo fue la última vez que viste algo por primera vez?

-Esa era la pregunta que me hacía siempre tu padre cuando iba a tu casa.

-A mí me lo preguntaba Alejo, sobre todo al final, antes de irse a Recife, antes de morirse. Echo de menos eso. Discutíamos. Le cogí una camisa amarilla que nunca le devolví. Echo mucho de menos quien yo era con él. Cuando las cosas se ponen feas pienso que voy a Recife a verle o que vengo de verle. Eso es. Echo de menos quien yo era con él.

-Tú no viniste a Recife.

-Pero vosotros sí.

Un coche toca el claxon detrás de ellos. Mati enciende el CD y la voz de Roberto Carlos irrumpe en los altavoces hasta que se quiebra al llegar al primer bache en el asfalto. De pronto a Nitro le parece que no tiene mucha idea de quién es el hombre que conduce a su lado aunque ha conocido muy bien al niño, y tiene la sensación de que va sentado atrás, escuchándolos, con sus bermudas del Mundialito y las playeras sin cordones.

-La mañana del viaje a Recife vi a tu padre y a Alejo en la terraza. Hablaban. Me acuerdo que hacía mucho frío ése día y que estuvieron allí un buen rato. En realidad quien hablaba era tu padre. Alejo escuchaba nada más. Se había puesto una manta encima del pijama y tu padre fumaba y no paraba de hablar.

Nitro ve que hay una pegatina de los Simpson en el cristal de la ventanilla. Intenta imaginar cómo será el  hijo de Mati.

-Te llamé desde Recife- dice Nitro.- Desde el Kinko. Pero no estabas.

Mati tarda en contestar.

-No hubo nadie en casa esos días. Nos fuimos a la playa mi padre y yo, a un sitio que encontró por ahí. Se le ocurrió de repente, la misma mañana que os marchásteis. Luego no hicimos nada.

Nitro mira al exterior. No hay ningún otro coche a la vista ni nada en el campo, sólo una camioneta roja a unos cien metros  y un hombre colocando conos de seguridad sobre el asfalto, un hombre con un chaleco reflectante. Cuando pasan junto a él les saluda muy despacio, como si estuviera bajo el agua. Luego la autopista sigue firme y recta y engrasada hacia poniente. Nitro piensa en la carretera a Recife, la carretera de tierra roja internándose en la maleza del mangle de donde salían niños descalzos que se subían al autobús en marcha para vender hielo, gafas de sol, pollos vivos.  De madrugada se detenían para recoger viajeros en medio de ninguna parte. Parecían fantasmas. Subió una niña vestida con una bata de médico. Iba descalza y Alejo le compró una guayaba. La niña se sentó a su lado. No habló. Tampoco sonreía. Sólo  miraba fijamente a Alejo hasta que se cansó y se bajó del autobús. Luego no pararon en toda la noche y una vez que Nitro se despertó vio a un hombre comiéndose la guayaba de Alejo, pelándola con una navaja enorme, un hombre mayor, sin camisa, que le miraba y sonreía y le guiñó un ojo muy despacio.

-¿Dónde os alojásteis?

-Mati ha metido la tercera. Van a ciento treinta y el viento silba através de las ventanillas mal cerradas pero no parece que avancen más aprisa que al paso de un hombre caminando

-En una pensión del centro que estaba encima de una carnicería- contesta Nitro.-Pero no estábamos nunca. Había crucifijos por las paredes y cosas de santos y no había pestillo en las puertas. La carnicera que la llevaba a veces abría  de golpe, sin llamar, cuando estábamos acostados.

-¿Y tenía buena carne la carnicera?

La recuerda: un mechón de canas y las cejas espesas de viuda.

-Pues sí que la tenía buena pero de eso me doy cuenta ahora.

Mati se ríe.

-Menos mal que por lo menos Alejo se quitó de enmedio cuando todavía se puede elegir.

-El día del Corpus. Me acuerdo de la carnicera andando por la casa y dando la vuelta a los espejos. Estuvo todo el día de ayuno-continúa Nitro-. No nos dejaba comer y a media tarde nos echó de la habitación porque decía que hacíamos demasiado ruido. Y entonces nos fuimos a la calle. Había muchos hoteles por allí, enormes, altísimos. Íbamos por avenidas donde el sol no entraba nunca, como en los desfiladeros de las películas. Cerca de la medianoche llegamos al Kinko. Lo habíamos buscado en la guía por si ya no estaba, pero seguía ahí, en la esquina, junto a un cine, tal como nos había dicho tu padre. Alejo dijo que tenía hambre y que sería mejor comer algo antes de entrar y nos metimos en una hamburguesería que había en la  esquina. No había nadie. Hacía mucho calor y casi enseguida vimos salir del Kinko a una chica que vino directo a la hamburguesería. Tendría quince años o así y llevaba un short vaquero y bikini plateado y unos zapatos de hombre, enormes, y se sentó en la barra al lado de Alejo. Me acuerdo que llevaba una mochilita a la espalda y tenía cortes en las piernas, cortes de afeitado. Y que se pasaba la mano por la nuca al hablar con Alejo. Le pidió que la invitara a una hamburguesa y se comió dos. Cuando acabó le dijo algo al oído, se levantó y se fue al servicio. Entonces Alejo me pidió que le esperase en el Kinko. Que ella vivía allí cerca y que le esperase una hora o dos. Y que si podía prestarle algo de dinero. Le di casi todo lo que llevaba encima. Entonces se marcharon los dos de la mano a la avenida de los hoteles y yo entré en el Kinko y me senté a esperar. No había nadie. No había ni un alma. Las paredes estaban recubiertas de charol burdeos y había dos mujeres que bailaban solas, solas sin música y borrachas. Una parecía oriental. Había también una mujer acostada en un sofá que se incorporó al verme entrar. Vestía de verde. Las otras bailaban despacio y hacían como si disparasen metralletas hasta que se cansaron y una dijo “Qué mala noche, China”, y fueron a sentarse a una mesa donde se quitaron los zapatos. Entonces la camarera me preguntó qué quería beber y me fue sirviendo un mojito detrás de otro hasta que me quedé dormido en la barra. Luego me despertó algo en la cara y vi que era la mujer de verde que me tocaba la mejilla. Tenía el carmín corrido por las arrugas de los labios y me miraba muy de cerca. Me preguntó quién era y yo no dije nada, creo, porque estaba muy borracho y volví a dormirme hasta que me despertó el ruido de una aspiradora y vi entrar la luz del día.

-¿Y Alejo?

-Nada. Alejo no apareció más. Yo me volví a la pensión y a mediodía me fui a la estación central y cuando subí al autobús lo encontré sentado en un asiento. Estaba dormido y se quedó así todo el camino. No tenía buena cara, eh. Cuando llegamos cogió un taxi y se marchó.

-Mira-interrumpe  Mati.

A veinte metros de ellos un 747 cruza la autopista a la altura de los árboles, despacio, pesado, sin un ruido. El parabrisas vibra como si fuera a romperse.

-Nunca pensé que sería la última vez que vería a Alejo. Eso lo sé ahora- dice Nitro.- Se subió al taxi y se fue con su bolsa de viaje y si hubiera sabido que era la última vez le habría dicho algo. Hace, no sé, unos quince años, me pareció verlo sirviendo mesas en un restaurante en la playa y otra vez, hace unos seis o siete, en un autobús con alguien que parecía tu padre.

El aparcamiento de la terminal de salidas está prácticamente vacío y Mati estaciona de cualquier manera. Echa el freno y se queda mirando al frente.

-Hace siete años Alejo ya estaba muerto.

Nitro piensa que hubiera preferido que dijera “Alejo ya había muerto”, aunque no sabe bien por qué.

-¿Y tu padre?,- pregunta.-¿Cuándo murió?

-El jueves hará quince días.

-Joder. Disculpa. Lo siento.

Mati bosteza y se quita las gafas de sol. Tiene los ojos congestionados y el azul del iris parece líquido.

-Al final tenía el hígado como si fuera de corcho. Lo raro ha sido que durase tanto.  Hace dos semanas se despertó una noche, en el hospital. Estaba completamente despierto y lúcido y parecía mucho más joven, sano, entiendes. Me llamó y cuando me acerqué me agarró por la muñeca y me dijo quiero ir a Recife. Quiero ir a Recife o no hay nada que hacer, eso dijo. Se incorporó y se puso de pie y entonces vio los cables y las pantallas y me pareció como si de pronto recordara que se estaba muriendo. Luego me miró como si no entendiera nada. Llamó a Alejo, dijo su nombre, dijo Recife y a las cinco de la madrugada ya estaba muerto.

Se calla. Mira una grieta en el parabisas.

-¿Y tú cómo estás?-, pregunta Nitro.

-Bien, bien, estoy bien. Ni idea. Estoy tranquilo.

Un coche aparca a unos metros  y sale un chico, un adolescente con una bolsa de deportes.

El chico se despide de alguien, cierra la puerta del coche y se aleja por la cuesta abajo del aparcamiento como si fuera hundiéndose poco a poco en la rampa hasta que al final sólo asoma su cabeza y entonces Nitro recuerda la noche en el Kinko y el olor  a alcohol sobre la barra y la pena, una pena infinita, y recuerda la cara de Alejo, su pelo aplastado mientras dormía en el autobús, las ojeras moradas, los arañazos en el cuello y piensa que todos los niños mueren, sí. Todos los niños mueren. Se hacen adultos.

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Comentarios

  • Rafael Ruiz

    Por Rafael Ruiz, el 05 enero 2013

    Qué habilidad para crear ambientes, personajes y dialogar. Enhorabuena

  • antoine

    Por antoine, el 05 enero 2013

    deleitoso cuento. solo la materia gris puede crear estos ambientes, espacios y sentimientos…

  • esther garcia llovet

    Por esther garcia llovet, el 08 enero 2013

    gracias, mad boys!!

  • Emma

    Por Emma, el 05 julio 2013

    He descubierto tu escritura y me ha enganchado ( sobada metáfora pero las palabras son al fin y al cabo un gancho)
    Te seguiré.

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