La Santa insuficiente y la domesticación de la Puta

Foto: Irene Díaz.

Si el hombre vive un doble requerimiento como mandato de género: en lo sexual debe ser a la vez bestia y caballero. La mujer también se encuentra ante el dilema de otro doble requerimiento: entre el mandato de estar, al mismo tiempo, sexualmente disponible y ser moralmente púdica. Pensamos en binario. Y de eso hablamos hoy en esta sección quincenal a dos bandas. Diálogos sobre encuentros, el eterno femenino resistente y las masculinidades errantes. Desde la perspectiva femenina, Analía Iglesias. Por el lado masculino, Lionel S. Delgado.

Nuestra cultura está forjada a fuego desde la oposición de contrarios. Ya lo decía el sociólogo Pierre Bourdieu en La dominación masculina cuando hablaba de los opuestos como base de la realidad occidental.

Opuestos que caracterizan: Frío/Cálido, Duro/Blando, Seco/Húmedo, Abierto/Cerrado.

Opuestos de acción: Salir/Entrar, Subir/Bajar, Llenar/Vaciar.

A estos opuestos se le articulan otros dos opuestos fundamentales. El moral (Bien/Mal) y el de género (Masculino/Femenino).

Estos opuestos vertebran y organizan el mundo ya que se presentan como divisiones objetivas. Y estas divisiones las encontramos constantemente en todas las facetas de la vida humana. En el anterior artículo, Analía desarrollaba su teoría del trigo y las amapolas para darle forma organizada a las dinámicas de idealización, compromiso e inseguridad en las relaciones monógamas. Para ella, la amapola es aquella flor incontrolada que crece en los bordes de los sembrados. El trigo, sin embargo, es el cultivo a conciencia, ordenado y con un fin.

Amapola y Trigo simbolizan la forma en que la vida emocional puede dividirse entre aquellas relaciones-trigo que evocan un plan de futuro, una estrategia de vida, y las relaciones-amapola, que por muy bonitas y cautivadoras quedan fuera de los planes y el cálculo a largo plazo.

Sin embargo, la vida emocional pocas veces responde a formas tan organizadas de sentir. Las lógicas de la vida amorosa desbordan cualquier plan y los tipos ideales en la práctica se confunden y contaminan mutuamente. En este artículo quiero hablar sobre la vida emocional masculina en relación con la idealización amorosa y a la dicotomía puta/santa. Casi nada.

Putas y Santas

En uno de mis artículos, hablaba del doble requerimiento que vive el hombre como mandato de género: el hombre, en lo sexual, debe ser a la vez bestia y caballero. Sexualidad animal que nos haga rendir como una bestia y, a la vez, seguridad y caballerosidad que nos haga dar placer a nuestra dama. La mujer, desde luego, no queda al margen de esto. La escritora Susan Bordo, en The Male Body, también habla del doble requerimiento a la mujer: os encontráis entre el mandato de estar, al mismo tiempo, sexualmente disponible y ser moralmente púdica.

Género y moral se entrecruzan aquí de manera disciplinaria. El modelo moralizado de los roles de género exige a la mujer no quebrar la imagen de persona sexualmente infantil, la de Santa, a riesgo de que caiga sobre ella el estigma maldito: Puta.

Sin embargo, se le exige que, sin caer en el estigma de la puta, debe ser fresca y sexualmente receptiva. Un equilibrio imposible. Se trata de una dualidad patriarcal y misógina que atraviesa la mirada masculina. En la vida heterosexual, el hombre desea una mezcla ideal (y al ser ideal se vuelve irreal) de rasgos sacros y rasgos, pero el ejercicio es imposible. Y es imposible por lo siguiente.

Hace poco, escuchaba en una charla a dos amigas y trabajadoras sexuales, Belén Ledesma y Alba Martínez. En la charla, Belén conectó la realidad de la prostitución con la monogamia matrimonial debido a una dinámica emocional que todas conocemos: cuando el enamoramiento desaparece y su hueco lo llena la cotidianidad (que tiene muchas cosas buenas, pero que es inevitablemente más monótona), es muy fácil idealizar los cantos de sirena que vienen de fuera de la relación. Estas voces son lo que Analía llamaba amapolas: las figuras que nos pasan por delante prometiéndonos novedad, estímulo y sensaciones nuevas.

Estas figuras que nos tientan representan el ideal moralizado de la puta: la puta es el Otro, el Afuera ligado con el Mal/Tentación frente a un Bien/Santidad. Es el símbolo de la lujuria, la promesa de placer interminable y el disfrute ilimitado de la carne que revela que nuestro matrimonio es incompleto por haber perdido la ilusión. Pero a la hora de relacionarte con este ideal de la lujuria, se da en términos patriarcales.

La domesticación de la puta

El matrimonio va sobre lo doméstico. Y no en vano lo doméstico, que viene del domus, hogar, comparte raíz con domesticar, enseñar a un animal a perder lo salvaje para hacerles trabajar en la casa. El matrimonio domestica, doma, domina.

Si bien la mujer perfecta para el hombre patriarcal es una mezcla de santa en lo doméstico y puta en la cama, el hombre construido como tal en entornos patriarcales lleva mal la autonomía de la mujer. De ahí que el hombre sólo pueda convivir con la mujer si tendencialmente desactiva su lado lujurioso.

En la charla de la que hablaba antes, Alba contaba cómo a veces suelen encontrarse con tíos que hacen un Richard Gere: se quedan pillados y se adjudican la tarea de “sacarla de esto”. Se enamoran de la Mujer Tentadora a condición de dejar de ser “la Lujuria” para pasar a ser “la Casa”.

Paola Rubio, otra colega socióloga y doctoranda en Estudios de Género y también trabajadora sexual, me contaba otra versión menos caballerosa de esta dinámica: parejas deconstruidas a las que, al principio, les parece rompedor y estimulante estar con una prostituta, pero terminan de una forma u otra presionando para que no ejerzan.

El ejemplo de la trabajadora sexual es extremo, sí, pero ejemplifica una tendencia muy presente dentro de la vida emocional de muchos hombres. Habitamos una contradicción entre buscar la persona que nos salve y nos complete, pero a la vez, escapar de la monotonía matrimonial a través de la lujuria. Vaya, el drama que rellena horas y horas de series y películas. Este drama se da también en la vida emocional de la mujer. Desde luego. Pero las diferencias sociales, materiales y simbólicas entre lo masculino y lo femenino hacen que, aunque se trate de dinámicas parecidas, no estén construidas con los mismos ingredientes.

El doble deseo masculino

En el caso de muchos hombres, educados en sociedades patriarcales y misóginas, construimos nuestro deseo heterosexual a partir de la idea de que el amor (monógamo) nos salvará y de que la mujer nos arreglará. La mujer Santa, pura, vestida en un halo de delicadeza y belleza, nos redime, como al Fausto de Goethe que es salvado de su condena eterna debido a las palabras de su amada celestial.

Pero además de exigirle a la mujer que nos salve, le exigimos lujuria y novedad. Pero una novedad exclusiva en la que su sexualidad juvenil sólo nos reconozca a nosotros. Le pedimos la entrega, la redención y la sexualidad juvenil. Que encarnen el ama de casa y la puta (doméstica) al mismo tiempo.

Quizás le exigimos demasiado al amor. Quizás exigimos demasiado cuando esperamos que una sola persona cumpla todas nuestras necesidades. Le exigimos a esa sola persona, imperfecta, humana, que rellene demasiadas posiciones en nuestra vida emocional, convirtiendo nuestro amor en un bingo imposible donde, si no se tachan todas las casillas, no hay amor.

Nos preocupamos muchísimo más de lo que recibimos (o lo que nos falta) que de lo que damos. Como si amar fuese más de recibir que de dar. Como si todo a nuestro alrededor tuviese que estar a nuestra disposición.

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Comentarios

  • Yyorepublicana

    Por Yyorepublicana, el 29 junio 2019

    para desactivar ese lado masculino de pobre macho que se deja seducir y que busca la aventura sexual sin ofrecer nada mas que su placer egoísta y sin alteridad e irresponsable(es bien sabido que la mujer tiene que ser responsable faltaría mas), que no concibe que la mujer sea un ser humano que piensa y que tiene educación aparte de vagina y útero y punto g y clítoris, pues se llama : EDUCACIÓN A LA IGUALDAD !!!! incluyo libertad de elección y fraternidad hacia al otro.
    contra el oscurantismo : EDUCACIÓN!!!
    el resto son chorradas de otro punto machista

  • Ramona

    Por Ramona, el 15 septiembre 2022

    Me sentí identificada con la publicación, mi pareja constantemente me pide y pregunta cosas que yo al principio pensé eran fantasias,después de un tiempo me di cuenta que eran realidad ahora mi personalidad es de una puta, entre ser sexy,apasionada, coqueta, muy sexual, abierta, sin prejuicios, ropa atrevida y expuesta, ser deseada y vista como alguien inalcanzable pero al mismo tiempo accesible con quien le guste.
    Es una gran transformación y hay momentos en los que sólo quiero ver tv y levantarme tarde para estar todo un dia sin maquillar ni usar tacones.
    Cada vez siento que no es suficiente cada aventura-fantasía- realidad.

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