‘Secuelas del encierro, toda esa gente que no querrá volver a verte’

Construcción realizada para aislar a pacientes de tuberculosis en Texas, Estados Unidos. Foto: Lee Russell, 1939 / Biblioteca Pública de Nueva York.

Construcción realizada para aislar a pacientes de tuberculosis en Texas, Estados Unidos. Foto: Lee Russell, 1939 / Biblioteca Pública de Nueva York.

Partiendo del encierro, las desescaladas y la pandemia, en el Taller de Escritura Creativa de Clara Obligado han trabajado sobre relatos que exalten emociones y sensaciones. Este mes de agosto ofrecemos en ‘El Asombrario’ una selección de esos cuentos. Hoy el autor aborda esas videollamadas familiares que durante el confinamiento tanto bien nos hicieron… o no…

POR FULGENCIO GARCÍA 

“Aquella es la señal que uno u otro tiene que dar (…). La señal de que la pelea puede salir al exterior” (‘Five Points, Amistad de Juventud’, Alice Munro).

Hoy nos ha convocado mamá; después de siete decenas de videollamadas ha conseguido descargarse la aplicación para el ordenador. Dice que lo prefiere, que así puede vernos más y mejor que en la pantalla del móvil.

Miro cómo sonríe. Mi hermana se lima las uñas, mi hermano está trabajando y asiente cada pocos segundos. Empiezo a fumar, aspiro. Mamá está ilusionada. Cuenta que ha podido salir sin miedo hasta la esquina, que un niño casi se ha cruzado en su camino, que ella le ha gritado que se alejara y que el niño ha llorado.

Eso cuenta. No sé si me importa, la verdad; fijo mi atención en la lucecita que parpadea mientras me veo desde la ventana pequeña, arriba, a la derecha de la pantalla. Mamá continúa. Que ha llegado sana y salva hasta el súper, que buscaba bicarbonato, harina, huevos, yogures. Es entonces cuando me río. ¡Vaya logro!, me oigo decir. Mi hermano me manda un privado, ‘oye tú, mamá está sola, está mayor, finge que te importa’. Le respondo con un guiño. Mamá pone cara larga. Sonrío otra vez, algún diente negro se insinúa. Enciendo el segundo. Fumo. Ella ha seguido contando. Dice que ha vuelto de la compra por el centro de la calzada y ya no escucho más. Es que la lucecita de la cámara es hipnótica, me llama para que me acerque al objetivo; la lucecita me susurra cómo me va a descomponer en miles de puntitos y me va a mandar a cualquier lugar del universo. Me imagino flotando en medio de una nebulosa, siento que levito. Así que abro la aplicación de música, busco una lista de canciones cósmicas. Subo el volumen sin cortar la comunicación. Todos van a oír las melodías, así todos van a tranquilizarse, quiero compartir el éxtasis.

Mi hermana manda un mensaje. ‘Córtate tío, no te fumes más de esos delante de mamá, qué sabe ella lo que haces con tu vida’. ‘Ni de lo que haces tú, hermanita’, le respondo en voz alta en medio de la conversación sobre bicarbonatos y yogures y niños gritones. Todos se callan; ahora me fijo en el botón de enviar, me obsesiono con él. Si pudiera –digo–, si pudiera, enviaría todas las vibraciones del universo a todo el mundo. El buen rollo, las aventuras aburridas de mamá, la hipocresía de mis hermanos. Clic, y enviado, todo el mundo se enteraría y así…

Lo he dicho en voz alta, sí, porque en la pantalla ha aparecido la mueca de asco de mi hermana y mamá ha preguntado qué pasa, qué estamos haciendo. Joder con la vieja. Me río en su cara. Mamá pregunta de qué me río. De nada, contesto. Aspiro todo lo que puedo aspirar y exhalo por la nariz como un dragón místico. Bailo frente a la cámara que me descompone y transporta a otros universos. Mamá me ignora y vuelve a su peligrosa historia de la caza de harina y levadura. Está contenta porque cocinará un bizcocho… ¡Eso es lo que quiere hacer, un puto bizcocho, porque el lunes cambian de fase y podrá ir a ver a los nietos! Pregunto que a qué mierda de niños. Mis hermanos me chillan. Y yo les grito que y qué, si no me acuerdo de cuántos hijos parió mi hermana, o de cuántos le hizo el sieso de mi hermano a mi cuñada. Marco las sílabas, ¡si son solo críos! Mi hermana se levanta de su silla y su melena se alborota al ritmo de su voz; mi hermano de pie es solo un torso que me amenaza. Que si soy un perdido, que si vivo en la mierda. Yo digo que son ellos los que están de mierda hasta el cuello. Impongo mis gritos a los suyos, yo sé vivir, me da igual esto del encierro, es una puta mentira. Ahora que podemos vernos sin adornos voy a seguir haciendo lo que me dé la gana. Me río, mis hermanos gesticulan, los silencio y me descojono en su cara. En silencio. Mamá ha desaparecido.

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