‘Street Scene’, la cantata americana a la poética de la miseria

El tenor Joel Prieto y la soprano Mary Bevan con las luces de Broadway de fondo en un momento de Street Scene en el Teatro Real. Foto: Javier del Real.

El tenor Joel Prieto y la soprano Mary Bevan con las luces de Broadway de fondo en un momento de Street Scene en el Teatro Real. Foto: Javier del Real.

El Teatro Real estrena hoy Street scene, la obra maestra de Kurt Weill. Una pieza inclasificable en la que a través de un maravilloso texto y una mezcla de estilos musicales que transitan entre el jazz, el blues y la refinada orquestación al estilo europeo, se cuenta la actualísima historia de una comunidad de hombres y mujeres golpeados por la miseria y la precariedad que habitan en un edificio del Lower East Side neoyorquino a mediados de la década de los cuarenta.  

Visito la RAE, busco la palabra cantanta y leo: “1. f. Composición poética extensa, escrita para que se le ponga música y se cante”. Es casi perfecto: no solo acabo de dar con una imaginativa forma de esquivar el eterno debate que se ha suscitado con la llegada de Street Scene de Kurt Weill al Teatro Real: ¿Es una ópera o un musical? También he encontrado el hilo sobre el que tejer una madeja que permita analizar este descomunal espectáculo que se estrena hoy en Madrid.

Poco importa cuál sea el hashtag adecuado que se le quiera poner. Ópera americana (como la definió el propio compositor), musical de Broadway, teatro musical. Da lo mismo. Lo cierto es que Street Scene es una magnífica obra en la que se mezcla toda la madurez de la música de un Kurt Weill en la cumbre de su carrera –moriría tres años después de estrenada esta partitura- con una crítica social descarnada y mordaz, el humor negro y, sobre todo, un torrente de poesía arrolladora que navega en un ecosistema sin edulcorantes habitado por unos hombres y mujeres desfavorecidos que, en la desesperada búsqueda del sueño americano, terminaron aplastados por un sistema que creyeron mucho más consistente. Un sistema que, sin embargo, ven derretirse frente a sus ojos como si fuera un cono de helado que la Estatua de la Libertad sujetara en su mano derecha en una tarde de verano, sustituyendo a esa antorcha que debía guiarlos en la oscuridad de los días difíciles. Al menos eso fue lo que les prometieron.

Street Scene –presentada en Broadway en 1947-  está basada en la obra de teatro de mismo título del dramaturgo estadounidense Elmer Rice que se estrenó en 1929 y conquistó el premio Pulitzer. Un texto con un reconocible eco al teatro político de Bertolt Brecht, el gran colaborador de Weill en Alemania, que hechizó al compositor. El propio Rice colaboró en la elaboración del libreto que narra la historia de los habitantes de un edificio del Lower East Side neoyorquino en la década de los 40. Un barrio que entonces aglutinaba fundamentalmente a inmigrantes judíos, alemanes, polacos e irlandeses que vivían, en ocasiones, hacinados y golpeados por la pobreza, la falta de recursos y de futuro, la marginación y la precariedad laboral… Un escenario que resultaba un “perfecto caldo de cultivo para lo peor de la naturaleza humana: chismorreos, mezquindad, peleas y traiciones”, como explica el director artístico del Teatro Real, Joan Matabosch. Es un plano general rodado en la calle, frente al número 346 –qué curioso, tres cifras que suman 13- de una calle cualquiera de aquel barrio de la capital de las oportunidades. Una secuencia culminada por un doble asesinato pasional que no es otra cosa que la punta del iceberg de una sociedad que devora sin piedad a los más débiles. A aquellos que se encuentran al final de la cadena alimenticia. Los deglute, regurgita y escupe, pese a pertenecer a su misma especie. Pese a tratarse de seres humanos.

Pero aun en este cutre, aterrador e invivible escenario hay –menos mal- un emocionantísimo resquicio para la esperanza y, por lo tanto, para la poesía. Elmer Rice y el poeta afroamericano Langston Hughes logran una mezcla sin igual del naturalismo más descarnado con un lirismo esperanzador, enamoradizo y casi utópico que confieren a la obra una serie de imágenes y metáforas de una fuerza poética arrolladora. Como esa rosa arrancada del ramo de novia que se ha ajado sin remedio reencontrada, casi 40 años después, presa entre las páginas de un libro. Como esa mata de lilas que florece junto a una desvencijada y descolorida verja y que es -al igual que las luces de Broadway que centellean prometedoras desde el fondo del escenario- el augurio de un mundo mejor. Son la verdad incuestionable de que otro universo es real y posible. Tan real como el sueño de un sol y una casa pintadas con tiza, entre cubos de basura, sobre los adoquines de la acera.

Y es probablemente esa vertiente utópica de sueños e ilusiones de amistad y amor entre unos Romeo y Julieta a los que quieren separar esta vez, no por odios de clanes ni por diferencias raciales sino, más bien, por cuestiones de clase social, la que imprime a Street Scene ese magnetismo irresistible que se transmite desde el escenario hasta el patio de butacas. Por más que la realidad se empeñe en destrozar los planes y los sueños. Por más que esa calle parezca realmente un callejón sin salida, siempre quedará ese macizo de lilas perennes escondidas e indestructibles.

El director de escena de esta producción que se estrena hoy en el Real, John Fulljames, asegura que este trabajo de Weill es tan descomunal que “Aída se queda en una ópera de cámara al lado de Street Scene». «En la ópera de Verdi, tan solo hay que ocuparse de tres personajes, aquí hay 25 de los que sabemos y conocemos toda su trayectoria. Es un lienzo amplísimo que hay que saber manejar”. Para Tim Murray, el director musical, esta es “una obra maestra de Kurt Weill, pues supone la mezcla de todos los estilos que dominaba”. Efectivamente. Aparte de ser una inclasificable amalgama de texto hablado, canciones, números de baile, arias, coros y conjuntos, la partitura cuenta con una miscelánea apabullante de estilos que abarcan desde el jazz, el blues, los ecos de Gershwin y Cole Porter hasta llegar al refinamiento de una orquestación a la europea que recuerda a Puccini en muchas ocasiones. Street Scene, dentro de la llamada «ópera americana», parece la continuación lógica de Porgy and Bess de Gershwin y el precedente del West Side Story de Leonard Bernstein, pero, mientras que en el Nueva York de los Jets y los Sharks, la historia se narraba a través de la danza del magnífico Jerome Robbins, en el Manhattan de Weill se cuenta, sobre todo, a través de la palabra y la poesía.

Palabras tan conmovedoras como las que canta la soprano Patricia Racette, que debuta en el Teatro Real interpretando el papel de Anna Maurrant, en un aria del primer acto: “¿Qué sucede en las cocinas donde las mujeres lavan los platos? Los días se transforman en meses y los meses en años. Y los sueños se ahogan entre grasientas pompas de jabón. Tiene que haber un poco de felicidad en alguna parte. Una mano cálida y amable. Debe de haber unos ojos sonrientes en algún lugar. Unos que le devuelvan la sonrisa a los míos”.

Street Scene de Kurt Weill. Los vecinos del edificio del número 346. Foto: Javier del Real.

Street Scene de Kurt Weill. Los vecinos del edificio del número 346. Foto: Javier del Real.

La soprano Patricia Racette en su papel de Anna Maurrant en Street Scene. Foto: Javier del Real.

La soprano Patricia Racette en su papel de Anna Maurrant en Street Scene. Foto: Javier del Real.

Una de las cosas que más sorprende al espectador durante la representación de esta obra es su plena actualidad. Como si se hubiera detenido el tiempo desde los años cuarenta hasta aquí. O tal vez sea que en determinados asuntos necesitemos siglos para que la evolución humana sea un hecho. Asistir a Street Scene es, en cierto modo, como encender la televisión y ver un informativo. Se habla de alienación, precariedad laboral, desahucios, violencia de género, miedo al inmigrante, crímenes pasionales, de medios de comunicación más interesados en el espectáculo de los sucesos que en las noticias que realmente importan al ciudadano… Hasta hay una escena en la que está condensado el movimiento #MeToo en todas sus vertientes.

Tim Murray regresa al Teatro Real después de haber dirigido Porgy and Bess en el verano de 2014; estará al frente de un centenar de intérpretes de gran versatilidad vocal y teatral, encabezados por Patricia Racette y el barítono brasileño Paulo Szot –asiduo en los carteles de Broadway y que ya ofreció un recital en el Real la temporada pasada-; el tenor Joel Prieto, que interpreta el papel de Sam Kaplan, vuelve también al Real tras su interpretación de Tamino en la cinematográfica Flauta Mágica dirigida por Barrie Kosky en el coliseo madrileño; y la soprano británica Mary Bevan, que da vida a Rose Maurrant.

‘Street Scene’ se estrena hoy en el Teatro Real . Se ofrecerán cinco representaciones hasta el 18 de febrero. La producción regresará al Real en otras cinco representaciones, del 26 de mayo al 1 de junio.

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