Los zapadores del arte abren cuartel en Madrid

Instalación de Óscar Vautherin en el patio central de Zapadores.

Instalación de Óscar Vautherin en el patio central de Zapadores.

Instalación de Óscar Vautherin en el patio central de Zapadores.

Instalación de Óscar Vautherin en el patio central de Zapadores. Foto: Ana Esteban.

Hace un mes, dos ‘locos’ del arte, Néstor Prieto y Fran Brives, decidieron expandir su conocido proyecto de La Neomudéjar a otro enorme espacio a las afueras de Madrid: el antiguo y abandonado Cuartel de Zapadores Ferroviarios del Ejército en el barrio de Fuencarral. Otro espacio necesario en la capital –“autogestionado, libre y de resistencia artística”–, que trata de hacer frente a la progresiva mercantilización de todo y todos. Lo visitamos una lluviosa mañana de octubre para ‘El Asombrario’.

Casi no nos damos cuenta, pero las primeras lluvias de otoño son distintas a todas las demás; desprenden un barniz nacarado que se pega a las aceras, al asfalto, a los árboles que sostienen aún sus hojas exhaustas. Hoy la lluvia lo ha lustrado todo con esa extraña luz y, por un momento, el enorme patio del Cuartel de Zapadores Ferroviarios del Ejército en el barrio madrileño de Fuencarral me parece un espejismo de nuestro futuro, cuando habitemos en espacios asolados y la memoria de la vida que tuvieron impregne nuestra propia memoria para reverdecerla, igual que esta lluvia de octubre hace brotar manchas musgosas en las grietas del asfalto, entre los adoquines y en los muros. En el centro del patio hay un viejo coche con la puerta reventada, por donde se derrama un aluvión de escombros; es una instalación del artista Óscar Vautherin que parece una metáfora sobre la forma en la que ciertos escenarios se empeñan en perseguir nuestros trayectos.

Se diría que eso mismo les sucede a Néstor Prieto y a Fran Brives, porque los proyectos en los que desde hace unos años se embarcan transcurren ligados al ferrocarril, como si unas vías estuviesen trazando siempre el recorrido de sus metas. Todo empezó en 2013, cuando estos dos artistas gallegos convirtieron las naves de antiguos talleres de la estación de Atocha en un centro de arte “autogestionado, libre y de resistencia artística”, al que llamaron La Neomudéjar. “Pensamos que había una necesidad”, me explica Fran Brives, “de crear espacios para artistas como los que existen en otras ciudades europeas o americanas, pero con un modelo de autogestión o economía circular como base fundamental del proyecto, y que además hubiera un contenedor donde pudiéramos dialogar todos los agentes que intervenimos en el proceso artístico: el museo como entidad institucional y la parte que corresponde al mercado como galeristas, críticos, curadores y por supuesto los artistas, y provocar al mismo tiempo una reflexión respecto a la situación del arte y la desaparición de muchas galerías, como desgraciadamente viene sucediendo en Madrid desde hace algún tiempo”.

Con esta premisa, desde La Neomudéjar apostaron por las creaciones de vanguardia y los New Media Arts: robótica, videoarte, performance, arte urbano y sonoro. Una actividad con proyección internacional que en sus cinco años de funcionamiento ha generado un fondo de más de 200 obras de gran formato, para las que necesitaban un espacio con las dimensiones y la versatilidad que ofrece el viejo cuartel de zapadores. “Buscábamos lugares donde expandir las ideas o inquietudes que allí ya no podíamos alojar”, dice Néstor Prieto; “queríamos recoger otras disciplinas como el arte de luz o la fotografía, y además hacer nuevas apuestas con las residencias artísticas. En La Neomudéjar había espacios de trabajo, pero luego los creadores no tenían la posibilidad de exponer allí. De este modo, Néstor y Fran se han embarcado en los dos nuevos proyectos que han visto la luz este año y que transcurren, claro, en entornos ferroviarios: Kárstica, un complejo de residencias artísticas con vivienda junto a las vías del tren en Cañada del Hoyo (Cuenca), y la Ciudad del Arte y Museo Zapadores en los 6.000 metros cuadrados de este antiguo cuartel en Fuencarral.

Rodeando el patio, los bloques racionalistas de ladrillo visto tan típicos de los años sesenta aparecen desmayados bajo la llovizna; algunas ventanas tienen el vidrio roto o la persiana descolgada como si un vendaval hubiera estado paseándose a su antojo. Dos fornidos hombres de seguridad sobre fondo azul custodian a ambos lados la puerta de entrada al museo, decorada con un magnífico mural de Ze Carrión. Dentro del edificio la intervención ha sido mínima: largos espacios pintados de blanco donde se han eliminado los muros dejando en el suelo las marcas divisorias y los antiguos pavimentos, iluminados por la intensa luz lechosa que esta mañana rebota por todas partes. “Después de taparla durante años”, comenta Fran, “los museos están volviendo a la luz natural, que es la que tradicionalmente han utilizado los artistas para trabajar, porque la percepción de la obra cambia radicalmente; nosotros nos plantearemos un apoyo de luz artificial solo donde sea necesario”. También han apostado por que la propia estructura del edificio vaya acompañando al visitante, para que éste se adentre en la limpia perspectiva que forma la sucesión de salas, sin añadir adornos o pulimentos ni ocultar lo que ya existe. “Por eso”, dice Néstor, “nos pareció importante conservar toda la configuración original del suelo donde estaban los muros de las distintas estancias, las puertas, o la tarima de parqué en las zonas comunes”.

Retrospectiva de Antonio Alvarado.

Retrospectiva de Antonio Alvarado. Foto: A. Esteban.

Néstor y Fran en la azotea de Zapadores.

Néstor y Fran en la azotea de Zapadores. Foto: A. Esteban.

Toda la planta baja en torno al patio central está destinada a las galerías de arte que expondrán a sus propios artistas, como la galería San, que ya ocupa una de las salas con la obra de Ana Dévora. Junto al acceso se encuentra la librería, donde los libros, primorosamente colocados en las mesas con las portadas bien visibles, se ordenan por secciones temáticas que recogen las líneas más representativas de las actividades que prevén desarrollar en los espacios polivalentes del centro, abiertos al trabajo de asociaciones o colectivos en torno a la ecología, el feminismo, la innovación tecnológica, las políticas sociales o las artes escénicas, y donde también habrá cursos de artistas consagrados como Antonio López, que podría impartir aquí en febrero sus clases maestras para alumnos chinos. “Preferimos tener menos fondos y más seleccionados de acuerdo a nuestros gustos e intereses”, comenta Néstor mientras curioseo volúmenes. Hay títulos modernos y clásicos, una escogida muestra de literatura árabe o una mesa dedicada a escritoras donde hay obras de Gioconda Belli, Luisa Carnés o Elena Poniatowska. También hay una interesante colección de literatura infantil con cuentos clásicos ilustrados, donde personajes y situaciones se alejan de los roles tradicionales.

En la planta superior se expone la colección permanente del museo, constituida por fondos procedentes de La Neomudéjar y por las adquisiciones o donaciones de obras de jóvenes creadores y artistas de larga trayectoria, abarcando distintas disciplinas como pintura, escultura, videoarte, collage, arte urbano o fotografía, y que van desde la figuración y el abstracto hasta el art brut. Durante nuestro recorrido, Fran y Néstor van desgranando algunos nombres, porque en las paredes no hay carteles orientativos. “La colección es una declaración de intenciones”, me explica Fran frente a un cuadro de Paco Santibáñez; “por un lado estamos recogiendo la obra de artistas vivos del siglo XXI que han sido ignorados por los museos, desde los 70 hasta hoy, y queremos reflexionar por qué. Cuando no estás nombrado, de algún modo es como si no existieras, por eso en esta colección tampoco están nombrados, al menos por el momento, es como una denuncia para que la gente se pregunte, al ver una obra que le gusta, quién es el artista”.

La colección arranca con un área dedicada al arte político y la guerra, donde las obras parecen dialogar unas con otras sobre los asuntos que llenan de tragedia nuestro tiempo: Ucrania, Atenas o Siria, la memoria histórica y sus fosas, la violencia ejercida sobre mujeres y niños. Rafael Peñalver encabeza la sección de arte abstracto, y también hay una importante muestra de arte urbano que incluye obras de Ze Carrión o Guy Denning, artista icónico de los inicios del movimiento en Birmingham en los años ochenta. Hay una interesante muestra del trabajo de Pilar Carpio, que fue Premio Nacional de Cerámica en 2003. La zona de exposiciones temporales dedica una retrospectiva a la obra de Paco Leal, con un amplio recorrido por las diversas etapas de este pintor de trazo poderoso, que oscila entre el art brut y el cubismo. También Antonio Alvarado, uno de los exponentes del arte electrónico en España, es protagonista en varias salas con una retrospectiva de su primera época pictórica, menos conocida, en la que ya late esa obsesión por el descodificado y la fragmentación de imágenes que caracteriza su obra posterior. Un magnífico retrato de su madre sobre fondo rojo nos mira desde el umbral de la última sala, al pie de la escalera. “Antonio la quiso pintar imitando a la Dietrich y parece que a ella no le gustaba”, me cuenta Fran. Y yo asiento, pero estoy pensando que a mí me hubiera encantado que me retrataran así, con las cejas levantadas y ese vestido negro en medio de un rojo tan profundo.

Salas de la colección permanente.

Salas de la colección permanente. Foto: A. E.

Estudio del artista mexicano Jair Leal.

Estudio del artista mexicano Jair Leal. Foto: A. E.

En una de las azoteas del edificio el artista japonés Masaaki Hasenawa ha pintado el mural de caligrafía más grande del mundo a partir de los alfabetos curvos en los que se inspira: hiragana, árabe y tibetano, cuyos trazos se entrecruzan mil veces formando extraños arabescos brillantes por la lluvia de hace un rato. Desde aquí arriba observamos, al otro lado del patio, donde planean organizar actividades como conciertos o espectáculos de experimentación sonora, los barracones de las antiguas aulas que forman la Ciudadela de Artistas. Son habitáculos con su propio acceso, donde tras unas pequeñas reformas de acondicionamiento ya han instalado su estudio 14 creadores que pagan una módica contribución de apoyo, “no de alquiler”, aclaran. “A diferencia de La Neomudéjar, aquí en Zapadores no necesitan para la residencia estar trabajando en un proyecto concreto, porque son estudios con contratos renovables por año”, me explican.

En torno al complejo crece libre una vegetación de árboles y maleza, a través de la que ellos mismos han tenido que abrirse paso. “Bueno”, cuenta Néstor, “Rafa Peñalver trajo su desbrozadora y estuvo trabajando con nosotros para limpiar el jardín delantero. Estamos en el arranque, todo lleva un proceso y un esfuerzo, pero es necesario que nos ayuden”.

Ha dejado de llover. Bajo el palio apretado de nubes que se extiende sobre nuestras cabezas contemplamos un rato el panorama: el núcleo urbano de Fuencarral con su campanario, las naves de un polígono industrial abandonado donde ha surgido un pequeño poblado chabolista y, al otro lado, impolutas, las torres gigantes que limitan Madrid. Y atravesando todo el paisaje, las vías del tren. “Nosotros nos inspiramos en la naturaleza”, dice Fran, “en la teoría del rizoma: núcleos que van surgiendo igual que las vías secundarias a partir del ferrocarril, y que se comunican. También nos inspira la memoria material e inmaterial del espacio donde desarrollamos un proyecto, y aquí quisimos recuperar esa idea en torno a los zapadores como metáfora: un cuerpo que son avanzadilla de guerra y que en los conflictos crean estructuras y puentes; en nuestro caso, queremos abrir caminos para las vanguardias y, metafóricamente, ser zapadores del arte”.

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Comentarios

  • Oscar vautherin

    Por Oscar vautherin, el 29 octubre 2018

    Muchas gracias Ana por este artículo y dedicar una mirada detenida y abierta a mi trabajo. Ojalá sirva de aliento a un brote de vida en medio se lo estéril.

  • Emilio García

    Por Emilio García, el 29 octubre 2018

    Eso no es el Cuartel de Zapadores, eso es el Cuartel de Movilización y Practicas de FFCC, donde se encontraba la 31 Unidad y la Unidad de Servicio. El Cuartel de Zapadores Ferroviarios se encontraba en Cuatro Vientos. Son dos cosas muy distintas.

  • carlos perez

    Por carlos perez, el 11 febrero 2023

    Estuvimos en este espacio artístico y debo confesar que a nosotros y a una familia más que estaba allí nos ha decepcionado profundamente. No se debe confundir vanguardia con un «cualquier cosa vale», con muy pocas excepciones. Se salvan los grafitis y un par de obras más y la exposición fotográfica de la entrada. No cuesta trabajo adivinar el por qué alguno de estos artistas han sido ignorados por galerías y museos. Pienso que los artistas no se deben refugiar en una pretendida incomprensión del sistema cuando quizás deberían primero hacer una autocritica sobre la calidad de sus obras y su supuesta aportación a la vanguardia. El arte es algo más que un grupo de amigos autoalabandose sus obras encerrados en una supuesta incomprensión de la sociedad. No todo vale, hay artistas mucho mejores que no tienen la oportunidad de exponer.

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